EN PODER DE LOS SÁDICOS [ part 12 ] Nota: La historia que a continuación se narra constituye tan sólo una mera fantasía. Es decir, por muy extremas que puedan resultar las escenas descritas, ninguna persona de carne y hueso ha sufrido ningún daño. En la vida real, cualquier acción parecida sería absolutamente odiosa y constituiría un gravísimo ÏŸý2\œÎ$520digno de las penas más duras. Así pues, la lectura de esta narración sólo es apta para personas adultas que sepan diferenciar claramente entre la ficción y la realidad. La pobre Natalia, totalmente desconsolada, redobló sus lloros de la formÂÍ{éØ÷"Camarga. Después de los espantosos sufrimientos que había tenido que soportar, aquellos monstruos se proponían seguir torturándola y, con toda seguridad, de manera aún más horrible. La habían dicho que se iban a dedicar a zonas más sensibles. La desdichada no quería ni imaginarse a qué zonas se referirían. Los hombres volvieron a deleitarse con la expresión absolutamente desesperada de la pequeña. Para ellos era una verdadera delicia verla así, tan indefensa... tan aterrada ante la pavorosa situación en la que se encontraba, con la certeza de que, inexorablemente, en cuestión de muy poco tiempo estaría inmersa en un infierno de insoportable dolor. Sonrientes, Juan y Tomás procedieron a preparar todo lo necesario para la reanudación de la sesión de tortura. En primer lugar, depositaron otro juego de agujas sobre el infiernillo. Después, Tomás cambió el enfoque de algunas de las videocámaras para que recogieran en primer plano la expuesta zona genital de la niña. Juan volvió con la jeringuilla e inyectó una nueva dosis de sustancia anti-desmayo en el brazo de la desdichada, recordándola sádicamente su finalidad. Por fin, Tomás fue a un armario y volvió con un nuevo utensilio que puso delante del rostro de la niña para que lo pudiera ver bien. Natalia lo miró con aprensión. Era un aro de cuero negro de treinta centímetros de diámetro. A lo largo de su superficie, hacia el interior del aro, salían seis gomas. Los extremos de cada una de las gomas estaban sujetos a algo que, por desgracia, ya la resultaba familiar: Seis de las horribles pinzas metálicas dentadas. Por fuera del aro había seis pequeñas manivelas que regulaban la tensión de cada una de las gomas. Tomás se encargó gustosamente de explicar a la horrorizada niña la función del aparato: ¿Te imaginas para qué vale este juguetito? Natalia le miró sin contestar. No podía adivinar exactamente su finalidad pero sabía que, sin duda sería algo horrible. Los ojos llorosos de la pequeña reflejaban el profundo miedo que sentía. ¡Te lo voy a explicar! – prosiguió Tomás - ¿Ves estas seis simpáticas pinzas? ¡Son las mismas con las que ya hemos jugado otros días, sí... las que duelen un montón! ¡Pues te las vamos a colocar en los labios mayores del coño... tres en uno y las otras tres en el otro! Tomás hablaba pausadamente, dejando tiempo para que la niña pudiera asimilar las explicaciones. Para él, informar a su indefensa prisionera sobre las torturas que iba a tener que sufrir irremediablemente era algo auténticamente excitante! ¡Luego...., con estas manivelas tensaremos las gomas de manera que los labios se vayan abriendo hacia los lados... hasta que tu coñito quede abierto de par en par! Por unos instantes, los sádicos apreciaron satisfechos la expresión absolutamente angustiada de su víctima. Luego, Tomás continuó su pormenorizada explicación: ¡Por supuesto todo esto ya te va a doler considerablemente pero, en realidad, no va a ser nada.... en comparación con lo que, como ya supondrás, te vamos a hacer después: Quemarte el interior de tu precioso coñito! ¡NOOOOO....! ¿Te imaginas lo que vas a sufrir? –Añadió Juan - ¡Mi amigo y yo vamos a disfrutar a tope! ¡Bueno, Tomás, dejémonos de palabras y pasemos a las cosas serias! Ante la mirada horripilada de la pobre niña, Juan y Tomás procedieron a colocar el aro sobre el cuerpo de Natalia de forma que su pubis quedara justo en el centro de la circunferencia. Luego, una a una, fueron haciendo que las pinzas se cerraran sobre los labios mayores. ¡Aaaaahhhhh....! ¡Noooo..! ¡Uaaaahhhh...! De nuevo la pobre niña gritó en agonía sintiendo los afilados dientes de las pinzas mordiendo cruelmente la sensible carne. Una vez que las pinzas estuvieron colocadas sobre la parte superior, la parte media y la parte inferior de cada uno de los labios, los hombres comenzaron a girar las manivelas para tensar las gomas. Las gomas fueron tirando de las pinzas y las pinzas de los doloridos labios, haciéndolos abrirse hacia los lados. ¡Uaaaaaaahhh.....! Juan y Tomás contemplaron extasiados cómo el sexo de la niña se iba abriendo ante sus ojos. Sádicamente, siguieron girando las manivelas hasta que los labios mayores quedaron totalmente separados en agónica tensión, dejando toda la sonrosada parte interna de la vulva infantil gozosamente desplegada. Los labios menores, entreabiertos a causa de la forzada posición, dejaban al descubierto el pequeño orificio uretral y la entrada vaginal del sexo de la niña. Los sádicos observaron complacidos cómo Natalia contraía sus facciones debido a las extremadamente dolorosas punzadas que la llegaban a causa de la cruel mordedura de las pinzas sobre la delicada piel. Ya tenían a la pobre niña sufriendo considerablemente y eso que todavía no habían empezado a atormentarla con las agujas. Los hombres querían disfrutar con esta fase de la tortura durante largo tiempo, por lo que habían decidido, para empezar, divertirse apoyando la punta ardiendo de las agujas sobre la carne íntima que se les ofrecía, sin llegar a clavarla todavía. Habían planificado minuciosamente la forma en que se repartirían las diferentes zonas de la vulva para irlas torturando sistemáticamente. Para empezar, decidieron hacer turnos de cinco minutos. Ahora le tocaba empezar a Juan. Sonriendo sádicamente, se sentó justo delante de Natalia, mirando satisfecho el abierto sexo de la niña. Juan cogió con los alicates una aguja del infiernillo y durante unos instantes calentó aún más su punta. Luego, la levantó y se la mostró a su aterrada víctima. ¿Estás preparada? – la preguntó con ojos crueles. ¡Noooo.. por favor... por favor..... NOOOO....! Juan, lentamente, fue acercando la aguja al pubis de la pequeña. Los sádicos observaron divertidos cómo la pobre niña contraía su musculatura intentando en vano cerrar sus piernas, tratando de evitar lo inevitable. Juan, disfrutando a tope, dirigió la punta de la aguja al interior del labio mayor derecho, en la zona que quedaba por encima de su labio menor hasta hacer que el metal ardiente rozara la carne palpitante. ¡UAAAAAAAGGGGGHHHH.....! Juan mantuvo el contacto apenas dos segundos, suficientes para hacer que su víctima se debatiera en total agonía. Al separar la punta de la aguja, un minúsculo punto rojo quedó marcado sobre la zona abrasada. Juan, masturbándose frenéticamente con una mano, esperó unos instantes y volvió a apoyar la punta de la aguja, esta vez sobre la parte interna del otro labio mayor. ¡UAAAAAAGGGGGHHHH....! Juan volvió a colocar la punta de la aguja sobre las resistencias durante unos segundos. Seguídamente la fue dirigiendo de nuevo hacia el tembloroso objetivo. Juan continuó apoyando la aguja sobre las partes internas de los labios mayores, cada vez en zonas más cercanas a los labios menores. Pasados los cinco minutos, Juan se levantó de la silla y dejó el puesto a Tomás. ¡Ahora me voy a dedicar a tus preciosos labios menores! – exclamó Tomás. ¡NOOOO..... BASTAAAAA.....! Tomás recalentó la punta de la aguja unos instantes y se dispuso a seguir la tortura. Mientras se masturbaba con una mano, con la otra dirigió los alicates hasta apoyar la punta ardiendo sobre la parte superior de uno de los labios menores. ¡AAAAAAGGGGGGGHHHH.....! Durante los cinco minutos de su turno, Tomás se dedicó a atormentar los labios menores de la niña, quemándola en zonas cada vez más interiores. Para gozo de los sádicos, la desdichada seguía gritando espantósamente cada vez que sentía sobre su piel el ardiente contacto de la aguja. Juan volvió a sentarse en la silla para comenzar otro turno. Cogió una aguja con los alicates y colocó su punta sobre las resistencias. Durante unos instantes miró el patético rostro de Natalia, crispado por el dolor y surcado por las lágrimas que brotaban sin cesar de sus hermosos ojos. ¿Estás sufriendo de lo lindo, eh, putita? ¡Pues siento decirte que todavía te queda mucho por padecer! ¡Ja, ja, ja! ¡Bastaaaa.... por favor..... no puedo más.... basta.....! ¡Tomás, por favor, ábrela bien los labios menores hacia los lados! ¡NOOOOOO......! Aunque los labios menores ya se encontraban entreabiertos, Tomás, disfrutando con la crueldad de su amigo, tiró de ellos con los dedos de ambas manos para dejar totalmente expuesta la zona interna del sexo de la niña. Juan, sonriendo, sacó la aguja del infiernillo y la fue dirigiendo lentamente hacia el desguarnecido objetivo. ¡NOOOOOO..... POR FAVOR....! Juan, extasiado, apoyó la punta ardiendo sobre la parte externa del orificio uretral. ¡UAAAAAAHHH......! Tras esperar unos instantes, siguió bajando, apoyando la punta sobre la zona situada por encima de la entrada vaginal... ¡AAAAAAAGGGGGHH.....! Después, comenzó a apoyar la punta directamente sobre los exteriores de la vagina......y del ano.... La pobre niña enloquecía de dolor para deleite de sus torturadores. Los cinco minutos del turno pasaron largamente, pero los sádicos estaban tan embelesados con la tortura que no se dieron ni cuenta. Por fin, tras casi diez minutos, Juan cedió el turno a su compañero. Tomás ya tenía en mente lo que le gustaría hacer: ¡Voy a abrirla el culo con un espéculum para quemarla el interior del ano! Natalia, a pesar de la agonía que la invadía, escuchó desesperada la nueva ocurrencia de sus verdugos. ¡Voy a poner sobre el infiernillo unas agujas más largas, para que puedas alcanzar zonas más profundas! – añadió Juan encantado. Juan sacó del armario un juego de finas agujas de diez centímetros de longitud y las colocó sobre las resistencias. Mientras tanto, Tomás volvió con un pequeño especulum anal y tras introducirlo sin miramientos por el estrecho conducto, comenzó a abrirlo girando la ruedecilla. ¡Aaaaaahh..... noo..! Natalia chilló al sentir sus doloridas paredes anales abriéndose sin remisión. Tomás siguió girando la ruedecilla del especulum hasta que el ano de su víctima quedó bien abierto. Juan trajo la linterna e iluminó a través de la apertura. Los dos hombres se asomaron para contemplar el interior del orificio. Estaba bastante irritado y desgarrado en algunos puntos. Los sádicos se relamieron pensando en lo que su víctima tenía que sufrir cuando la violaban analmente estando el conducto en esas condiciones. Y ahora, iban a hacer que las cosas empeorasen todavía más. Tomás se sentó delante de Natalia y sacó con los alicates una de las largas agujas que se calentaban sobre el infiernillo. Ya salía bien humeante, pero, una vez más, apoyó la punta directamente sobre las resistencias hasta que quedó al rojo. Sus ojos se posaron en la porción de carne visible entre las láminas del especulum, mientras Juan mantenía la linterna iluminando bien la zona. Perfectamente dibujado y bien visible aparecía el anillo del esfinter anal. Tomás decidió que ese sería el primer objetivo. Disfrutando a tope, llevó la aguja hacia el abierto conducto y tras introducirla a través de la apertura, hizo que la punta incandescente se posara directamente sobre el descubierto anillo. ¡UAAAAAAAHHH....! Los dos hombres contemplaron extasiados cómo el esfinter se contraía bajo el insoportable dolor de la quemadura. ¡Vaya, parece que a nuestra amiguita no le gusta mucho que le quemen el culito! – exclamó Tomás burlonamente - ¡Pues me temo que va a tener que aguantarse! Tomás volvió a apoyar la punta ardiendo sobre otra porción del esfinter. ¡UAAAAAAAAGGGGGGGHH....! Y luego en otra...... y en otra.... Tomás volvió a colocar la punta de la aguja sobre el infiernillo durante medio minuto y, de nuevo, siguió la cruel tarea. Los dos sádicos seguían masturbándose frenéticamente con una mano, excitadísmos con la tortura. Tras varios minutos, Tomás pensó que el esfinter de la niña había sido torturado suficientemente y, tras recalentar la aguja, pasó a apoyar la punta al rojo directamente sobre las paredes anales....presionando hasta llegar a clavar algún milímetro de la aguja dentro de la torturada carne. Tras otros doce minutos de infierno para la desdichada, Tomás dio por finalizado su turno. Volvió a cerrar el especulum y lo extrajo del ano de la pequeña. Entonces concibió una nueva idea: ¿Me dejas que encule ahora un poco a nuestra amiguita, Tomás? ¡Quiero ver cómo responde después del tratamiento! Comprendiendo el dolor que la violación anal iba a ocasionar en el torturado conducto, Tomás aceptó excitado: ¡Me parece una idea excelente! Juan se colocó en posición y observando las reacciones de la niña, penetró con su miembro el dolorido orificio. ¡NOOOOOO.... UAAAAAHH....! Natalia gritó en agonía sintiendo cómo su torturado esfinter era forzado por el erecto pene de su torturador. ¡Vaya, parece que, a partir de ahora, nuestra niñita va a sufrir adecuadamente cada vez que la follemos por el culito! – exclamó Juan encantado. Durante un rato, Juan siguió restregando su erecto pene sobre las torturadas paredes del orificio, deleitándose con las muestras de dolor de la niña. Por fin, extrajo su pene sin descargar. Natalia estaba totalmente rota tras minutos y minutos de insoportable agonía pero, para satisfacción de los sádicos, se mantenía plenamente consciente. ¡Esa sustancia anti-desmayo era una verdadera maravilla! Juan la acaricio la mejilla, apartando las abundantes lágrimas que la humedecían. ¡Pobrecita nuestra niñita! ¡Lo que la estamos haciendo sufrir! ¡Siento decirte que ahora me toca a mí...y me temo que... lo que voy a hacerte tampoco te va a gustar precisamente! Juan fue al armario y volvió esta vez con un especulum vaginal. Sádicamente se lo mostró a la desesperada Natalia. ¡Esto es para tu delicioso coñito! ¿Te has fijado lo que acaba de hacerte mi amigo en el culito? ¡Pues yo le voy a imitar, sólo que ahora me voy a ocupar de tu encantadora vagina! ¡NOOOOO....! ¡BASTAAAAA....! Juan se sentó delante de su víctima y fue introduciendo lentamente el especulum a través de su dolorida vagina, haciéndola gemir. Luego procedió a girar la ruedecilla hasta separar totalmente las paredes vaginales de la pequeña. Esta vez fue Tomás el que, con la linterna, iluminó el interior del conducto. De nuevo los sádicos inspeccionaron divertidos las huellas que las anteriores torturas habían dejado sobre los delicados tejidos. Por fin, Juan cogió con los alicates una de las largas agujas, calentó aún más la punta durante unos instantes y, sonriendo a su horripilada víctima, dirigió la aguja hacia la desprotegida vagina hasta introducirla en el abierto orificio. Durante unos instantes Juan mantuvo la aguja dentro del conducto pero sin llegar a tocar ninguna porción de carne, observando divertido las reacciones de su víctima. La pobre Natalia sentía el calor que desprendía el metal ardiente y todo su cuerpo permanecía contraído esperando el agónico contacto. Juan, giró la muñeca y la aguja entró en contacto con los sensibles tejidos vaginales. ¡UAAAAAGGGGHHHH.....! ¡Vamos, sufre, putita! – exclamó, satisfecho con el grito de dolor de la desdichada. Juan siguió torturando sin piedad las paredes vaginales de su víctima, recalentando cada poco tiempo la punta de la aguja, variando a cada vez el lugar donde la apoyaba e incluso de vez en cuando, llegando a clavar la punta de la aguja en la carne palpitante. Tras casi diez minutos, Juan sacó el especulum y se dispuso a violar la torturada vagina de la desdichada. ¡Me parece, putita, que esta follada no te va a causar precisamente placer! – exclamó riendo. Juan introdujo sin contemplaciones su miembro en el dolorido conducto, haciendo de nuevo gritar agónicamente a Natalia. ¡Desde luego, a partir de ahora, cada vez que violemos a esta puta, las va a pasar verdaderamente canutas! – dijo Juan satisfecho. Tras unos minutos, Juan sacó su pene, también sin descargar. Los sádicos contemplaron satisfechos la miseria de la pequeña. Natalia permanecía gimiendo y llorando, con los ojos cerrados y una expresión totalmente patética marcada en su bello rostro. Tomás la dio unas suaves bofetadas en la cara para volver a tener su atención. ¡Atenta, putita, porque ahora me toca de nuevo a mí y me voy a dedicar a otra preciosa y, por cierto, muy sensible, parte de tu coñito! – exclamó mientras la acariciaba el clítoris con el dedo índice. ¡Nooooo... por favor.... por favor..... basta..... por favor....! – volvió a suplicar entre sollozos la pobre niña. Una vez que la punta de la aguja estuvo al rojo, Tomás la dirigió hacia el nuevo objetivo. El clítoris de la pequeña permanecía oculto, por lo que Tomás, para empezar, apoyó la punta sobre el fino capuchón que lo cubría. ¡UAAAAAAAAHHHHHH......! Tomás dio varios agónicos toquecitos sobre el capuchón. Luego se dispuso a atacar directamente al sensible botón de carne: ¡Juan, tira de la piel para hacerla salir el clítoris! – pidió a su amigo. ¡Espera que me ponga los guantes! Juan se colocó unos guantes reforzados especiales y tiró del capuchón hasta dejar el pequeño clítoris de la niña totalmente descubierto. Tomás, relamiéndose, fue acercando lentamente la punta incandescente de la aguja....hasta apoyarla directamente sobre la hipersensible porción de carne. ¡UAAAAAAAAHHHH.....! El aullido de la pequeña retumbó por la habitación..... hasta quebrarse de golpe. Natalia, a pesar de la inyección había perdido el conocimiento. Los dos hombres se miraron mitad decepcionados, mitad satisfechos del grado de dolor absolutamente insoportable que habían hecho sufrir a su desdichada víctima durante largo tiempo. La próxima vez la pondrían las inyecciones con un tiempo de separación más corto. Juan y Tomás tras abrir las pinzas que sujetaban los labios mayores de Natalia y quitarla el aro, decidieron dejarla descansar un rato. Desenchufaron el infiernillo y fueron a beberse otras cervezas. Pasado un cuarto de hora, Juan trajo un pañuelo impregnado en amoníaco y lo aplicó bajo la nariz de Natalia, mientras Tomás la abofeteaba. ¡Vamos, puta, despierta! ¡La diversión todavía no ha terminado! Natalia volvió en sí y, pronto tuvo plena conciencia del horror en el que se encontraba. Lo primero de todo, los sádicos la hicieron beber varios vasos de agua con estimulantes. A continuación, Juan se encargó de horrorizar de nuevo a la pequeña: ¡Lo siento, pero vas a tener que seguir sufriendo todavía más! ¡NOOOOOO! ¡Por favor.... no lo puedo soportar.... basta... por favor..... basta.......! Natalia observó cómo Juan, sonriente, decía algo al oído de su compañero. ¡Supongo que estarías dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de que pararamos de torturarte! ¿verdad, putita? – preguntó Juan. Natalia contestó moviendo la cabeza afirmativamente, aunque desconfiaba de forma total de esos degenerados. ¿Qué nueva cruel ocurrencia habrían tenido? ¡Vamos a hacer un trato! – prosiguió Juan - ¡Mi amigo y yo nos estamos meando y hemos pensado que sería divertido hacerlo dentro de tu preciosa boquita....! Natalia palideció. ¡Si consigues tragarte todo nuestro pis de manera que no se derrame ni una gota.....dejamos de hacerte sufrir! ¿Qué te parece? De nuevo Natalia quedó estupefacta ante la cruel encrucijada. La capacidad de esos monstruos para inventar cosas horribles no tenía fin. Además no estaba ni muchísimo menos segura de poder hacer semejante guarrada. Pero la alternativa era mucho más aterradora. No le quedaba más remedio que aceptar el trato...y rezar. La pobre niña asintió tímidamente con la cabeza. Los hombres decidieron que comenzara Juan. Tomás cogió una de las videocámaras para filmar en primer plano el repugnante acto. Juan bajó el respaldo de la silla, se situó detrás de la pequeña y la cogió del pelo para bajarla la cabeza. ¡Abre la boquita! –ordenó. Natalia obedeció. Juan introdujo su pene en la boca de la niña y, divertido, comenzó a darla instrucciones ¡Ahora cierra bien la boca!..... ¡En la posición que estás necesitas tener la boca bien cerrada en todo momento si no quieres que se derrame el pis!...... ¡En cuanto notes el pis dentro tu boca tienes que tragarlo lo más deprisa que puedas! Natalia, llena de asco, intentaba asimilar lo que la ordenaban, intentando convencerse de que, por muy repugnante que fuera, tenía que hacerlo. Juan comenzó a orinar. Natalia sintió con repulsión el asqueroso chorro dentro de su boca y a punto estuvo de abrirla. Pero con un esfuerzo descomunal, consiguió comenzar a tragar agónicamente. No obstante, los primeros tragos fueron demasiado dubitativos y algunas gotas de pis rebosaron de la boca de la niña. Llena de pánico, Natalia comenzó a tragar más rapidamente y consiguió, venciendo su profundo asco, beber el resto de orina de Juan. En cuanto el pene de Juan salió de su boca, varias fuertes arcadas sacudieron el cuerpo de la niña. Pero apenas tuvo tiempo de recuperarse. El lugar de Juan fue rápidamente ocupado por Tomás. Esta vez, la niña ya tenía más práctica y, a pesar de la total repugnancia que la invadía, fue capaz de tragar todo el líquido. ¡Bien bien! – exclamó Juan sonriente - ¡Hay que reconocer que lo has hecho muy bien! Natalia se sintió reconfortada mientras pedía al cielo que hubiera pasado la prueba. ¡Sin embargo...! – prosiguió Juan mientras quitaba con un dedo una gota de pis que había quedado sobre la barbilla de la niña - ¡... el trato era que no debías derramar ni una sóla gota. Me temo que no lo has cumplido! Natalia escuchó las palabras con total desesperación. Esta vez además sabía que había sido así. De nuevo se echó a temblar. ¡No podrás decir que no te damos oportunidades! – continuó Tomás -¡pero no haces más que desaprovecharlas! ¡En fin, siento decirte que, ya que has vuelto a fallar, te va a tocar seguir sufriendo...! ¡Noooo... bastaaaaa..... lo he hecho lo mejor que he podido... por favor.... no me hagan sufrir más.... por favor....! De nuevo Natalia suplicó de la forma más conmovedora ante la mirada divertida de los dos hombres. Pero la respuesta que tuvo fue ver cómo Tomás cogía de nuevo el horrible aro lleno de pinzas y se lo enseñaba sonriente. ¡Noooooo......! Entre los dos hombres volvieron a colocar el aro sobre el pubis de la niña, aprisionaron los labios mayores con las terribles pinzas metálicas y tensaron las gomas hasta dejar de nuevo el sexo de Natalia abierto de par en par. De nuevo la pequeña gimió de dolor sintiendo la cruel mordedura de los pequeños dientes de las pinzas. Para aumentar la desesperación de la niña, Juan trajo la jeringuilla con una nueva dosis anti-desmayo. ¡Ahora te vamos a hacer sufrir todavía con más intensidad y no queremos que te nos vuelvas a marchar, así que te vamos a poner una nueva inyección para asegurarnos de que te mantendrás consciente durante todo el resto de la sesión! ¡Noooooo...! ¡Por favor....! Juan inyectó la sustancia mientras Tomás sacaba las agujas largas del infiernillo, las sustituía por otras normales y volvía a enchufar el aparato. Por si acaso lo necesitaban, dado que los sufrimientos de la pobre niña iban a ser verdaderamente espeluznantes, los hombres dejaron a mano una botella de amoníaco y algodón. Querían asegurarse de que su víctima se iba a mantener bien alerta durante el resto de la sesión. Mientras se recalentaban las agujas, Juan se encargó de informar a la niña de lo que la esperaba a continuación: ¡Hasta ahora, aunque te haya dolido horriblemente, en realidad sólo te hemos acariciado el coñito con las agujas. A partir de ahora, vamos a pasar a clavártelas en él para que tengas oportunidad de sentirlas debidamente! ¡NOOOOOO......! La pobre niña gritó con desesperación. La parecía que la llevaban torturando durante siglos y ahora la iban a hacer sufrir de forma aún más horrible! Los sádicos decidieron actuar de manera que uno de ellos clavara una aguja y el otro la siguiente. Iba a ser Juan el que comenzara. Juan se sentó delante de la temblorosa Natalia. Cogió con los alicates una de las agujas que reposaban sobre el infiernillo y, durante unos instantes, acabó de calentarla debidamente. Por fin, sonriendo, la levantó en el aire para que la niña pudiera ver que estaba al rojo vivo y humeante. ¿Preparada, putita? ¡NOOOOO.....! Juan, disfrutando a tope, fue llevando la aguja en dirección del desguarnecido sexo de la niña. La punta de la aguja entró en contacto con el interior del tensionado labio mayor derecho pero, esta vez, no se detuvo. Juan siguió presionando hasta observar extasiado cómo la aguja se iba clavando a través de la sensible piel. ¡UAAAAAAAAAHHHHH....! Juan hizo que la aguja penetrara varios milímetros dentro de la carne y abrió los alicates para dejarla allí clavada. Los sádicos contemplaron con delectación el sufrimiento atroz de la pequeña. Natalia quedó aullando espantosamente, retorciéndose en sus ligaduras, agitando la cabeza y meneando frenéticamente las manos y los pies, sintiendo plenamente los efectos de la insoportable quemadura segundo tras segundo... Juan y Tomás esperaron pacientemente, mientras se masturbaban, a que la aguja se fuera enfriando y Natalia fuera recuperándose un poco. Cuando vieron que la respiración de la niña se hacía más reposada, Tomás se colocó delante de ella y cogió una nueva aguja.... Los sádicos, con deliberada parsimonia, siguieron clavando una a una agujas en el interior de los labios mayores, en zonas cada vez más céntricas. Natalia siguió sufriendo espantosamente con cada una de las agónicas inserciones. Una a una, doce agujas quedaron clavadas en el abierto sexo de la niña. Juan y Tomás colocaron otro juego de agujas encima del infiernillo y, mientras se calentaban, decidieron dejar descansar un poco a su víctima. Se bebieron otras cervezas y, después de quince minutos, volvieron riendo. Tomás traía en la mano otros pequeños alicates que enseñó a Natalia. ¡Nos ha gustado mucho cómo has sufrido mientras te torturábamos los labios mayores de tu precioso coñito. Ahora nos vamos a ocupar de los labios menores! ¡NOOOOO... BASTAAAAA....! Tomás se sentó frente a Natalia. Con los nuevos alicates cogió el labio menor izquierdo y tiró de él hasta tensarlo. Luego, con los otros alicates, sacó del infiernillo una nueva aguja humeante y la fue acercando. La punta entró en contacto con la parte interna del estirado labio y se fue clavando en él. ¡UAAAAAAAHHHHHH.....! Los sádicos contemplaron cómo por el lado externo del labio se iba formando un pequeño montículo hasta que volvió a salir la punta de la aguja, tras atravesar el labio de lado a lado. De nuevo Juan y Tomás se fueron turnando para clavar, una a una, ocho agujas a través de los labios menores de la desdichada, cuatro en cada uno de los lados. El sexo de la pobre niña quedó hecho un alfiletero, con veinte agujas clavadas en sus labios. Los sádicos decidieron quitárselas para poder proseguir sus planes con más comodidad. De nuevo Natalia gritó de dolor mientras una a una, las agujas eran sacadas de su piel con ayuda de los alicates. A pesar de que la agujas ardiendo habían ido cauterizando la carne, la vulva de Natalia quedó cubierta de pequeñas gotas de sangre, por lo que los hombres la limpiaron y aplicaron un corta-sangre por toda la superficie taladrada. A pesar del dolor, Natalia se sintió aliviada pensando que, por fin, la tortura había terminado. Muy pronto iba a comprender que estaba equivocada. Tras dejarla descansar unos minutos, Juan acarició la mejilla de Natalia, empapada de sudor y de lágrimas. ¿Qué tal sigue nuestra amiguita? ¡Parece que no lo estás llevando precisamente bien! ¿verdad? ¡Y todavía te queda lo peor! Natalia escuchó estas palabras horrorizada. ¡Basta.... por favor..... no me hagan sufrir más.... no puedo más... por favor...! ¡Sí...! ¡Lo siento pero vas a seguir sufriendo terriblemente....y sólo porque a nosotros nos encanta verte sufrir! – rió Juan. Los dos hombres se colocaron frente a la desesperada Natalia para prepararla para la fase final de la tortura. Destensaron las dos gomas que mantenían en tensión la pinza colocada a cada lado sobre la parte media de los labios mayores y quitaron las pinzas, dejando los labios sujetos por las cuatro pinzas de los extremos. Seguidamente, volvieron a colocar las pinzas aprisionando esta vez la parte más externa de los labios menores. ¡AAAAAAAAHHHH! La pobre Natalia gritó en agonía al sentir las pinzas mordiendo los doloridos labios menores. Los dientes metálicos se habían cerrado directamente sobre algunas de las quemaduras, multiplicando los dolores. Juan y Tomás procedieron a tensar las gomas de forma cruel, hasta hacer que los dos labios menores quedaran agónicamente estirados hacia los lados. Los hombres contemplaron satisfechos el resultado: El sexo de la niña quedaba totalmente abierto y en tensión, con toda la parte central gozosamente desplegada para sus acciones. Esta vez le tocaba a Juan comenzar. Se sentó sonriendo frente a Natalia y sacó una aguja del infiernillo comprobando satisfecho que ya estaba al rojo. Tomás estaba sopesando violar a Natalia por la boca mientras su amigo la clavaba la aguja pero lo descartó con el fin de poder apreciar debidamente su grito de dolor. ¿Preparada para sufrir los dolores más horribles que haya podido sentir un ser humano? – preguntó Juan deleitándose con la angustia de su víctima. ¡NOOOOO....! Juan, saboreando al máximo el momento, fue llevando la aguja al desprotegido sexo. Por un momento miró el rostro de la niña, observando satisfecho su expresión de terror absoluto. Luego, dirigió la punta de la aguja al minúsculo orificio uretral y poco a poco, fue introduciendo la aguja a través del estrecho conducto. ¡UAAAAAAAAHHHHH....! Una vez que cinco centímetros de la aguja habían entrado en la uretra de la niña, Juan fué girando la muñeca haciendo que el metal incandescente fuera presionando alrededor de las paredes del orificio. ¡UAAAAAAGGGGGGHHH.....! Juan volvió a sacar hacia fuera la casi totalidad de la aguja y la volvió a meter, pero esta vez haciéndola clavarse por dentro de la carne, en paralelo al canal de la uretra. Los gritos de la pobre niña eran absolutamente desgarradores para gozo de los torturadores. Una vez bien clavada, Juan soltó la aguja y los dos sádicos se deleitaron contemplando, mientras se masturbaban, la agonía de la desdichada. ¡A partir de ahora, cada vez que tenga que mear va a pasar un verdadero calvario! – exclamó Juan divertido. Pasados unos minutos, fue Tomás el que se sentó frente a Natalia. Sonriendo a su víctima, sacó una nueva aguja. ¡BASTAAAAAA.......! Tomás dirigió la aguja a la zona justo entre la uretra y el clítoris de la niña, haciendo que la punta entrara en contacto con la carne palpitante y, lenta pero inexorablemente, fuera clavándose en ella. ¡UAAAAAAAAGGGGGHHHH....! De nuevo Natalia quedó retorciéndose en sus ligaduras sintiendo el insoportable dolor segundo tras segundo, durante un tiempo que se le hacía una verdadera eternidad, todo su cuerpo recubierto de sudor, mientras los sádicos contemplaban extasiados cada una de sus muestras de sufrimiento. Minutos más tarde, cuando la pobre niña comenzó a recuperarse un poco y abrió los ojos, vio a Juan sentado frente a ella, sonriéndola sádicamente. La pobre niña volvió a suplicar entre sollozos: ¡Noooo... por favor... bastaaa..... por favor..... por favor.....! Por toda contestación, Juan sacó una nueva aguja del infiernillo. ¡NOOOOO...! Esta vez, Juan dirigió la aguja hacia el capuchón del clítoris. Parsimoniosamente, disfrutando de cada segundo, metió la punta de la aguja por debajo de la parte derecha del capuchón y tiró hacia arriba levantando la fina porción de piel a la par que la abrasaba. ¡AAAAAAAAGGGGHHHH....! Juan siguió empujando hasta atravesar con la aguja la delicada piel. Una vez que asomó la punta de la aguja, Juan giró la muñeca, para clavarla en la parte más superior del clítoris. Luego siguió empujando hasta atravesar esta zona de lado a lado. ¡UAAAAAAAHHHHHHH....! Los espeluznantes aullidos de la niña llenaban la habitación para deleite de los hombres. Una vez que la aguja salió por el lado contrario, Juan volvió a girar la muñeca para meter la punta por la parte izquierda del capuchón y, al igual que el lado contrario, hacer que se levantara antes de atravesarla. El pequeño clítoris quedó totalmente desguarnecido, con el capuchón replegado y ensartado en la aguja. De nuevo, durante interminables minutos, Natalia quedó sufriendo de forma espantosa ante la ávida mirada de sus torturadores que, excitadísmos, tuvieron que hacer verdaderos esfuerzos para no llegar a eyacular. Por fin, los sádicos se dispusieron a violar a Natalia mientras Tomás la torturaba con la última aguja pero se dieron cuenta de que, aunque la niña se mantenía consciente, su estado mental no era lo suficientemente lúcido a causa de la borrachera de dolor. Los hombres no iban a permitir que su víctima no estuviera en disposición de poder apreciar al 100% sus maniobras. Tomás empapó un trozo de algodón en amoníaco y lo aplicó bajo la nariz de la pequeña. ¡Vamos, putita, espabila que todavía no hemos terminado! Juan y Tomás recordaban perfectamente que, en la fase anterior de la tortura, Natalia perdió el conocimiento justo cuando la rozaron el clítoris con la aguja ardiendo y no querían arriesgarse a que pudiera ocurrir ahora lo mismo. Juan trajo la jeringuilla e inyectó una nueva dosis de sustancia anti-desmayo en el brazo de la niña. ¡Esta vez vas a sufrir hasta el final! – la susurró sádicamente. Natalia se fue recuperando y, pronto, los dos sádicos observaron de nuevo satisfechos a su víctima completamente alerta, con una expresión de angustia total y con ojos de absoluto terror. ¿Estás otra vez plenamente con nosotros? – Preguntó Tomás divertido. ¿Estás ya preparada para sentir apropiadamante cómo vamos a seguir jugando contigo? ¡Bastaa...por favor.... BASTAAAAAA...! Tomás procedió a quitar las pinzas que mantenían abierto el sexo de la niña y apartó el anillo para poder penetrarla cómodamente. La aguja clavada a través de la parte superior del clítoris mantenía la piel del capuchón plegada y hacía que el pequeño botón quedara descubierto. Juan trajo el anillo abre-boca y lo ajustó dentro de la boca de Natalia. ¡Lo único que siento es que no voy a poder escuchar tan claros tus gritos de dolor. Espero que lo compenses con un buen trabajo de tu lengüecita sobre mi polla! Dicho esto, Juan sujetó con las manos la cabeza de Natalia e introdujo su erecto pene en su boca a través del anillo que la forzaba. Juan, mientras tanto, se puso un preservativo, se colocó delante de la pequeña y, sin ningún miramiento, volvió a penetrar su dolorido ano. Seguidamente sacó una humeante aguja del infiernillo. Tomás llevó el dedo índice al desguarnecido clítoris de la pequeña y lo acarició divertido. ¡Bueno, putita! ¿Estás lista para sentir de nuevo la aguja justo aquí, en la parte más sensible de tu precioso cuerpecito? ¡Mmmmmhhhh...! Juan, desde delante, llevó sus dedos al sexo de la aniña y la separó los labios para facilitar aún más la tarea de su compañero. Tomás quería tomarse su tiempo. Antes de clavar la aguja, decidió dar unos toquecitos con ella sobre el pequeño botón. La punta de la aguja se posó sobre la sensible porción de carne. ¡MMMMMMHHHH....! Tomás sintió encantado la contracción del ano de Natalia motivada por el dolor, mientras Juan disfrutaba con los involuntarios movimientos de su lengua acariciando su pene deliciosamente. Tomás volvió a tocar otra porción del clítoris de la niña con la punta de la aguja. ¡MMMMMHHHHH.....! ¡Ufff..., esto es verdaderamente un placer de dioses! – exclamó entusiasmado. Durante unos instantes, Tomás volvió a colocar la aguja sobre las resistencias. Seguidamente, la dirigió de nuevo al torturado objetivo. De nuevo apoyó la punta de la aguja justo con el centro del clítoris. Luego fue presionando de manera que el ardiente metal fuera clavándose poco poco en la hipersensible carne. ¡MMMMMMFFFFHHH...! A pesar de tener el pene de Juan dentro de su boca, el ahogado quejido de total agonía de la desdichada retumbó por la habitación. Tomás dejó la aguja clavada en el clítoris y Natalia quedó sufriendo el insoportable dolor de la quemadura mientras los dos sádicos se aproximaban al climax. Primero fue Juan el que se dejó llevar y eyaculó largamente dentro de la boca de la pequeña, ahogando aún más sus gemidos de dolor. Sádicamente, tapó la nariz de Natalia con dos dedos para obligarla a tragar parte del semen. Segundos después, Tomás también llegó al orgasmo y, jadeando de placer, eyaculó mientras restregaba brutalmente su pene sobre el dolorido ano de la niña. Los sádicos intercambiaron una mirada satisfecha. Luego observaron a su sufriente víctima . Desde luego, la estaban exprimiendo al máximo. La pobre niña les estaba dando los mayores placeres que pudieran imaginar. Y todavía, para desgracia de la desdichada, en los próximos días les iba a proporcionar aún muchos más.... |