EN PODER DE LOS SÁDICOS

BY JOSEMMM

[ part 9 ]

Nota: La historia que a continuación se narra constituye tan sólo una mera fantasía. Es decir, por muy extremas que puedan resultar las escenas descritas, ninguna persona de carne y hueso ha sufrido ningún daño. En la vida real, cualquier acción parecida sería absolutamente odiosa y constituiría un gravísimo delito digno de las penas más duras. Así pues, la lectura de esta narración sólo es apta para personas adultas que sepan diferenciar claramente entre la ficción y la realidad.

Tras la doble violación, aprovechándo la abierta posición en que Natalia se encontraba atada, Juan y Tomás procedieron a limpiar y a desinfectar las heridas de la entrepierna y las nalgas de la niña. Posteriormente Natalia fue desatada, conducida a su celda y encerrada. Los dos hombres salieron del sótano y, al poco tiempo, volvieron con la cena. La niña no tenía ninguna gana de comer pero, bajo amenazas, ingirió todo lo que la trajeron. Asímismo fue obligada a beber en cantidad con el fin de que repusiera líquido y de que engullera toda la parafernalia de reconstituyentes, antibióticos y somnífero. Por fin, Natalia quedó profundamente dormida, para satisfacción de los sádicos, que deseaban que su víctima repusiera energías para el día siguiente.

Martes 13 De Octubre

Natalia durmió diez horas seguidas. Cuando por fin la despertaron, Natalia necesitó unos segundos para situarse. Cuando lo hizo, lo primero que le vino a la mente fueron las horribles torturas a que había sido sometida por esos degenerados. Rapidamente, su cerebro buscó la única válvula de escape que tenía: Sus padres. Pensó que, según lo que la habían dicho sus captores el día anterior, el dinero del rescate debería llegar ese mismo día o al día siguiente. ¿Sería posible que, por fin, hubiera llegado?

Con esta esperanza, primero soportó que Juan y Tomás volvieran a desinfectar sus heridas. Después, bajo la supervisión de los hombres, desayunó, fue al baño, se duchó y se perfumó.

Por fin, volvieron al sótano y la pobre niña, con la bata como única vestimenta, adoptó la posición de espera, pidiendo al cielo recibir buenas noticias. Los sádicos ya habían pensado qué decirle para mantener vivas sus expectativas de libertad:

¡Hemos hablado con tus padres! ¡Mañana, por fin, tendrán el dinero! Natalia escuchó las palabra con tremenda decepción y angustia. Eso significaba que debería permanecer un día más en compañía de esos monstruos. ¿Tendrían pensado seguir torturándola? Sólo de pensarlo sintió cómo un escalofrío la recorría el cuerpo de arriba a bajo. En silencio comenzó a rezar pidiendo con todas sus fuerzas que la dejaran tranquila.

Sus oraciones fueron interrumpidas por la burlona voz de Tomás: ¡Bueno, putita! ¿A qué estás esperando para quitarte la bata? ¡Mi compañero y yo estamos deseando comenzar a divertirnos contigo!

Sesión de la Mañana

Natalia fue conducida de nuevo al mismo escenario del dia anterior. Los focos ya estaban encendidos y las videocámaras funcionando. En el centro del escenario, la estructura metálica ya preparada.

Juan y Tomás ajustaron la barra superior horizontal a la altura de los sobacos de la niña.

Los dos hombres obligaron a Natalia a colocarse apoyada de espaldas sobre de la barra horizontal con los brazos en cruz. Seguidamente, sujetaron los brazos a la barra atándolos a la altura de los codos y de las muñecas.

Luego, mientras Juan cogía en volandas el cuerpo de Natalia , Tomás procedió a subir la la barra horizontal para dejar la zona ano-genital de la niña a una altura cómoda de penetración. La pequeña quedó con las piernas suspendidas en el aire.

Los dos sádicos miraron divertidos como su víctima cruzaba las piernas intentando proteger sus zonas más íntimas.

¿Cómo eres tan estupida? – la preguntó Juan entre risotadas. ¿De verdad crees que te vamos a dejar que te cubras?

Juan cogió otras dos cuerdas que ya tenía preparadas y se las mostró sonriendo.

Los dos sádicos, disfrutando con la agónica expresión de Natalia, ataron las cuerdas a los tobillos de la pequeña. Luego, lentamente, fueron tiraron de ellas hacia los lados. A pesar de la resistencia que opuso la niña, sus estilizadas piernas se fueron abriendo inexorablemente.

Aprovechando la elasticidad de Natalia, Juan y Tomás siguieron tirando de las cuerdas hasta que las piernas de su víctima quedaron totalmente abiertas, casi formando un ángulo recto con el tronco. Entonces, ataron las cuerdas a las barras laterales. Natalia quedó de nuevo totalmente abierta y vulnerable ante sus torturadores.

La pobre niña comenzó a llorar amargamente, desesperada y aterrada ante lo que esos monstruos tuvieran pensado hacerla.

Juan y Tomás contemplaron satisfechos el cuerpo desnudo y ofrecido de Natalia. Durante unos minutos disfrutaron acariciándolo de la forma más procaz.

¡Bueno, putita! ¿Estás preparada para comenzar a sufrir para nuestro placer? – exclamó Tomás mientras la manoseaba su desprotegida vulva de la forma más impúdica.

¿La ponemos ya la inyección? – preguntó Juan.

¡Cuando quieras! - contestó Tomás - ¡Estoy deseando ver otra vez a nuestra niñita retorciéndose de dolor!

Natalia redobló sus sollozos al escuchar esas palabras. De nuevo esos monstruos iban a torturarla y no había nada que ella pudiera hacer para evitarlo. Sus ojos desesperados contemplaron cómo Juan, sonriendo sádicamente, se acercaba con la jeringuilla presto a inyectarla la sustancia que haría que se mantuviera consciente mientras era atormentada.

Por fin, Juan la puso la inyección. Natalia, totalmente aterrada, esperó temblorosa a conocer el suplicio la esperaba.

Tomás procedió a colocar una de las videocámaras frente a su pecho y enfocó para coger sus pequeños senos en primer plano.

Juan fue al armario y volvió con algo oculto dentro de sus manos. Disfrutando a tope, colocó los puños cerrados delante del rostro de Natalia y los fue abriendo lentamente para que la niña pudiera ver de qué se trataba. Los ojos de Natalia contemplaron horrorizados el nuevo utensilio: Las horribles pinzas metálicas dentadas que, por desgracia, ya había tenido oportunidad de conocer.

¡Noooooooo! ¡Por favor........! Noooooooo....! – Suplicó la pequeña redoblando sus lloros.

Sonriendo sádicamente, Juan accionó las pinzas delante del rostro de la niña.

¿Las reconoces, verdad? ¡Son las mismas que ya probaste... las que duelen como demonios! ¡Ja Ja Ja! Ya nos dimos cuenta de que no podías soportarlas. Es una pena pero... a nosotros nos gustaron mucho tus muestras de dolor cuando te las pusimos y estamos deseando repetir la experiencia..!

¡Sólo que entonces – añadió Tomás - fueron muy pocos segundos. Ahora, por desgracia para ti, las vas a tener que sufrir durante mucho más tiempo. Porque ya no va a haber nada que puedas hacer para detener el dolor. Esta vez te vamos a dejar las pinzas puestas todo el tiempo que se nos antoje, para disfrutar a gusto con tu sufrimiento.

¡Nooooooo.....! ¡Por favor....! Por favor......!

Juan llevó una mano al seno derecho de Natalia y friccionó la punta del pezón entre las yemas del dedo índice y el pulgar. Luego, sonriendo cruelmente, para horror de la pequeña, dirigió una pinza hacia ese objetivo.

Noooooooo! Nooooooooo! – Natalia gritó y se debatió desesperadamente todo lo que las ligaduras la permitían, intentando evitar que Juan colocara la terrible pinza.

Tomás se colocó por detrás y la sujetó con fuerza para mantenerla inmóvil.

Juan, sin dejar de sonreir, situó la pinza abierta justo sobre el extremo del pezoncillo y, poco a poco, dejó que la pinza se fuera cerrando sobre la sensible carne. El dolor fue aumentando y aumentando a medida que los dientes se iban clavando inexorablemente en la porción de piel.

¡Nooooooooo....! Aaaaaaaaahhhhhh....!

Juan se recreó todo lo que pudo hasta que, por fin, soltó completamente la pinza. Los finos dientes se cerraron con toda su fuerza en la sensible carne de la punta del pezoncillo. Los dos sádicos miraron extasiados el rostro de su víctima. La expresión de agonía de la pequeña era inenarrable.

¡Aaaaaaahhhhhh....! Quítenmela....! Por favor......! Aaaaaahhhhh.....!

Para deleite de sus torturadores, de la boca de la pobre niña salían sin cesar los gritos más lastimeros. La mordedura de la pinza sobre la delicada carne del pezón se le hacía insoportable.

¿Duele, verdad putita? –preguntó Juan satisfecho - ¡Y esto es sólo el principio!

Tomás cogió la otra pinza y se situó frente a la niña mientras Juan, desde detrás, la sostenía para inmovilizarla.

A pesar de sus dolores, la pobre niña se dio perfecta cuenta de las intenciones de sus verdugos.

¡Nooooooo.....!

Tomás, parsimoniosamente, procedió a colocar la otra pinza sobre la punta del pezón izquierdo de Natalia.

¡Aaaaaaaaaahhhh....!

Natalia llevó la cabeza atrás, los ojos cerrados, sintiendo los crueles dientes de las pinzas aprisionando y clavándose en la sensible carne de sus tiernos pezoncillos. Las lágrimas se deslizaban sin cesar a lo largo sus mejillas. Cada segundo que pasaba se le hacía totalmente insufrible.

Abrió de nuevo los ojos anhelando el momento en que sus verdugos decidieran quitarla esas horribles pinzas, pero los vio cómodamente sentados delante de ella, masturbándose mientras la miraban con sádica deleitación. Era evidente que los dos monstruos estaban disfrutando y que, de momento, no tenían intención de poner fin a su sufrimiento. La pobre niña, presa de una total desesperación, redobló sus lloros.

Juan y Tomás, extasiados ante el cruel espectáculo, no se perdían ni un detalle de las muestras de dolor de su víctima, deleitándose con su sufrimiento.

Los minutos fueron pasando agónicamente para la desdichada niña...

Por fin los dos hombres se levantaron. Natalia los miró con ojos suplicantes, pidiéndole al cielo que terminaran su suplicio de una vez.

¿Te gustaría que te quitáramos ya las pinzas? – Preguntó Tomás acariciándola la mejilla.

¡Si...por favor.....! – respondió Natalia con la voz entrecortada por el dolor.

¡Pues siento decirte que mi amigo y yo estamos divirtiéndonos a tope, así que, de momento, vas a tener que seguir sufriendo! – exclamó Tomás para desesperación de la pobre niña.

¡Nooooooooo..... por favor.... por favor..... no puedo soportarlas! - volvió a suplicar conmovedoramente la desdichada.

¡Pues justo por eso es por lo que nosotros estamos disfrutando tanto! – exclamó Tomás - ¡Porque...aunque el dolor se te haga insoportable, no puedes hacer absolutamente nada para evitarlo!

Los dos hombres estaban excitadísmos con la tortura por lo que decidieron violar a su víctima mientras la atormentaban. El día anterior habían disfrutado violando a la niña de forma simultánea por lo que se dispusieron a repetir la experiencia. Esta vez fue Tomás el que se colocó por detrás e introdujo su pene sin miramientos a través del conducto anal de la desdichada. Luego, Juan penetró desde delante la vagina de la pequeña.

Tomás, sonriendo sádicamente, cogió la pinza clavada en el pezoncillo derecho de Natalia y comenzó a tirar de ella contemplando extasiado cómo la sensible carne se iba estirando mientras un nuevo y prolongado grito gutural brotaba de la garganta de la niña.

¡Nooooooooo.......aaaaaaaaaahhhhhh...........!

Pronto Juan se unió a la fiesta. Durante un rato, los sádicos se divirtieron tirando alternativamente de una y otra pinza mientras seguían violando a Natalia brutalmente.

Luego, excitadísimos, comenzaron a retorcer las pinzas, multiplicando la agonía de su víctima.

¡Aaaaaaaaaaahhhhh.....!

¡Hummmm......! ¡Qué gozada....! – Exclamó Tomás.

Los dos hombres siguieron retorciendo las pinzas cada vez más cruelmente, haciendo que los dientes metálicos mordieran más y más dolorosamente la sensible carne.

¡Aaaaaaaaahhhhhhh!.... ¡Bastaaaaaaa!...... ¡Aaaaaaaahhhhhhh hhh!

Para pleno deleite de los torturadores, de la boca de la desdichada salían verdaderos alaridos.

Durante minutos y minutos, Juan y Tomás siguieron retorciendo las pinzas sin piedad mientras violaban el sufriente cuerpecillo infantil. Las primeras gotas de sangre comenzaron a brotar de los torturados pezoncillos.

Por fin, Juan y Tomás sacaron sus penes, sin descargar, de los orificios de la niña. Querían seguir plenamente excitados durante toda la mañana.

Juan y Tomás procedieron a abrir y quitar las pinzas para examinar su acción sobre los torturados pezones de Natalia, observando complacidos la forma en que los finos dientes habían desgarrado superficialmente la piel.

Natalia, con la respiración entrecortada, quedó llorando desconsoladamente. Los dos hombres decidieron dejarla descansar un rato mientras se tomaban unas cervezas.

Cuando los acabaron, para horror de la niña, volvieron a acercarse mirándola sádicamente.

¡El descanso ha terminado! – exclamó Juan - ¿Estás preparada para seguir sufriendo?

¡Nooooooooo!...... ¡Por favor.....! ¡Bastaaaaa......!

¿No pensarás que vamos a parar ahora con lo que nos estamos divirtiendo, no? - preguntó Tomás burlonamente mientras la acariciaba los pequeños senos - ¡No, claro que no!, ¿verdad? ¡Además, siento decirte que con lo que vamos a hacerte ahora vas a sufrir todavía más! ¡Ja ja ja!

¡Nooooooooooo....!

Para horror de Natalia, cada uno de lo hombres cogió una de las pinzas y, parsimoniosamente, procedió a colocarlas de nuevo sobre los doloridos pezoncillos, procurando que, esta vez, se cerraran sobre la porción de carne todavía indemne.

¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhh....! – gritó de nuevo de dolor la desdichada.

¡Oh, pobrecita! ¡No sabes la pena que nos da verte así! – exclamó burlonamente Juan - ¡Vamos a ver si podemos hacer algo para mejorar el resultado!

Juan se dirigió a un armario y sacó dos finos cordeles. Natalia, a pesar de su sufrimiento, captó los movimientos del sádico, acercándose sonriendo y pasando uno de los cordeles a Tomás.

Los dos hombres procedieron a atar un extremo de los cordeles a cada una de las pinzas. Seguidamente, pasaron el otro extremo a través de unas arandelas que pendían del techo de manera que quedara pendiente en el aire.

Natalia no sabía exactamente cuál era la intención de sus torturadores hasta que, horrorizada, vio a Tomás ir al armario y volver con dos pesas en las manos.

¿Ves esto, preciosa? – preguntó sádicamente Tomás – Son pesas de cuatrocientos gramos. ¿Adivinas lo que vamos a hacer con ellas? ¡Seguro que sí, porque eres una chica lista! ¡Vamos a colgarlas de los cordeles para que tiren de tus doloridos pezones!

¡Nooooooooo...! ¡Por favor...! ¡Noooooooooo....!

Juan y Tomás ataron al extremo libre de cada cordel una de las pesas, teniendo cuidado de sujetarlas, de momento, entre sus manos. Seguidamente, con sádica lentitud, deleitándose con el espanto de su víctima, fueron soltándolas. Poco a poco, las pesas fueron tirando de los cordeles, los cordeles de las pinzas y las pinzas de la punta de los pezoncillos.

¡Nooooooooooo.......! – gritó la desdichada notando cómo se multiplicaba el dolor producido por los finos dientes que se clavaban en la sensible carne.

Los dos hombres soltaron totalmente las pesas. Las dos pesas quedaron pendiendo en el aire tirando de las pinzas y éstas de los torturados pezones, formando dos pequeños y tensos montículos en el pecho de la niña.

¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh.....!

Juan y Tomás, con sádica delectación, observaron la cara de inenarrable agonía de Natalia y escucharon complacidos sus renovados gritos de dolor.

Los ojos de los hombres contemplaron extasiados los pequeños conos de tensionada carne en que se habían convertido los senos de Natalia, sin perderse el detalle de los estirados pezones, en los que se clavaban despiadadamente los dientes metálicos de las pinzas. Pequeñas gotas de sangre comenzaban de nuevo a brotar de la piel desgarrada.

Juan y Tomás llevaron sus manos a los torturados senos y, durante un rato, los manosearon a gusto, aumentando con ello los dolores de Natalia.

Luego, los dos hombres cogieron otras cervezas y se sentaron cómodamente frente a su víctima para verla sufrir mientras sostenían el vaso con una mano y se masturbaban con la otra.

Los minutos fueron pasando, la pobre niña llorando, gritando y suplicando ante el insoportable dolor. Los dos sádicos disfrutando a tope con el cruel espectáculo.

Pero las cosa iban a empeorar aún más para la pobre chiquilla. Pasado un rato, Juan y Tomás se levantaron, se dirigieron de nuevo al armario y regresaron con otras dos pesas.

Natalia, sumida en su horrible sufrimiento, abrió los ojos justo para ver a sus torturadores mostrándola las nuevas pesas mientras sonreían sádicamente.

¡Tienes unos pezoncillos muy fuertes! – la susurró Tomás al oído -¡Seguro que aguantan otro par de pesas!

¡Nooooooooooooo.....!

Cuidadosamente, Juan y Tomás procedieron a colocar las pesas debajo de las que ya pendían de los cordeles. Luego, poco a poco, las fueron soltando. El peso se duplicó haciendo que los pequeños senos quedaran totalmente estirados, mientras el dolor de la niña aumentaba todavía más.

Durante unos instantes, los hombres permanecieron en alerta por si el peso hacía que la piel acabara de desgarrarse. Pero, para su satisfacción, pronto comprobaron que los torturados pezones eran capaces de soportar la nueva carga, enviando, eso sí, a través de las terminaciones nerviosas de la desdichada niña, agónicos dolores.

¡Aaaaaaaaaahhhhhh! ¡Bastaaaaaaaa...! ¡Por favor.....! Aaaaaaaaaaahhhhhhhh......!

De nuevo Juan y Tomás posaron sus manos sobre los estirados senos y los acariciaron bruscamente. Al comprobar el renovado dolor que esas acciones, Juan concibió una nueva idea:

¿Qué tal si la azotáramos ahora las tetitas?

A pesar de su sufrimiento, Natalia escuchó la nueva propuesta y vió, desesperada, cómo los hombres descolgaban de la pared sendas fustas y se acercaban de nuevo a ella sonriendo. A la pequeña ya no le quedaban fuerzas para suplicar. Gimiendo y sollozando aguardó la puesta en práctica de la nueva tortura.

Juan llevó su fusta al seno derecho de la niña y lo acarició con el extremo de la misma, recreándose con la patética expresión de dolor y terror reflejada en el rostro de la niña.

Por fin, levantó la fusta y descargó el golpe sobre la estirada carne.

¡Uaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh.......!

De la boca de Natalia salió un nuevo alarido, sintiendo como si los dientes de la pinza la hubieran serrado la punta del pezón.

Los sádicos contemplaron satisfechos el gesto de sufrimiento de la pequeña.

Las pesas quedaron balanceándose en el aire. Tomás esperó unos segundos. Cuando se aseguró de que Natalia estaba en condiciones de apreciar debidamente el siguiente azote, procedió a golpear el seno izquierdo.

¡Uaaaaaaaaagggggggghhhhhhhhhh......!

Juan y Tomás prosiguieron el suplicio, mientras se masturbaban frenéticamente. Los golpes siguieron cayendo con metódica lentitud. Nuevos hilillos de sangre brotaron de los torturados pezoncillos, resbalando a lo largo de los tensionados senos.

Durante un buen rato, los sádicos siguieron disfrutando con los sufrimientos de la niña.

Por fin, para evitar que los pezones se desgarraran más de la cuenta, los dos hombres dieron por finalizada la sesión de la mañana.

Juany Tomás procedieron a quitar las pinzas con cuidado e inspeccionaron las heridas de los pezones. Habían sido desgarrados ligeramente por los dientes de las pinzas pero la lesión podía considerarse como leve. Los hombres desinfectaron las heridas y aplicaron sobre ellas un corta-sangre.

Natalia fue desatada y conducida a su celda. Cuando se hubo recuperado un poco de las torturas fue obligada a ingerir de nuevo una jarra de zumo en el que estaban disueltos los medicamentos y estimulantes.

Por fin, los sádicos dejaron a su víctima encerrada y abandonaron el sótano para comer.

¡Ya estaban deseando comenzar con la sesión de la tarde.....!

Sesión de la Tarde

Pasadas dos horas, los hombres volvieron al sótano. Natalia escuchó que comenzaron a a hacer preparativos en el escenario mientras reían perversamente. La pobre niña, desesperada, comenzó a temblar. ¿Qué nueva crueldad estarían planeando? Pensó que ya no podría resistir más sufrimientos.

Cuando Juan y Tomás entraron en la celda de su prisionera, la encontaron tendida sobre el colchón, llorando aterrada.

¡Vamos, putita, el descanso ha terminado! – Exclamó Juan sonriendo.

Natalia redobló sus sollozos mientra adoptaba la posición fetal, intentando protegerse.

Los dos hombres tuvieron que coger en volandas a su víctima. Entre los dos la llevaron al escenario, en cuyo centro se encontraba la silla ginecológica. Natalia palideció al verla, imaginándose horrorizada cuál iba a ser el próximo objetivo de las torturas.

La niña intentó en vano resistirse. Los hombres la redujeron y fueron atando progresivamente cada una de sus extremidades. Por fin, la pequeña quedó, una vez más, amarrada sólidamente a la silla, sus piernas abiertas de par en par, mostrando de la forma más obscena sus zonas más secretas a los ávidos ojos de sus torturadores.

Tomás dispuso una de las videocámaras de manera que enfocara en primer plano el desprotegido pubis de Natalia.

Lo primero de todo, una vez más, Juan y Tomás querían que su víctima orinara, con el fin de que no lo hiciera mientras era torturada. Así pues, trajeron una palancana y la conminaron a hacerlo delante de ellos. Aunque en realidad Natalia tenía muchas ganas de orinar dada la cantidad de líquido que había bebido, de nuevo estaba bloqueada por el pudor.

Los hombres comenzaron a gritarla mientras la retorcían brutalmente sus doloridos pezones. Por fin, Natalia relajó su uretra y dejó salir hasta el final el chorro de líquido ante la mirada divertida de los hombres.

Una vez que Natalia terminó de orinar, los hombres la limpiaron con una toallita humedecida.

Seguídamente, los dos hombres empezaron a manosear sus zonas íntimas de la forma más procaz mientras la hablaban con voz cruel:

¡Bueno, putita! – comenzó Juan - ¡Esta mañana nos hemos divertido mucho con las pinzas que te hemos colocado en tus preciosas tetitas. Ya nos hemos dado cuenta de que la experiencia no te ha resultado precisamente agradable. Para desgracia tuya, mi amigo y yo estamos deseando continuar jugando con las pinzas. Pero ahora hemos decidido dedicarnos a un nuevo objetivo: Esta vez te las vamos a colocar en tu precioso coñito ¿qué te parece?

¡Nooooooooooooo! – gritó desesperada la pobre niña, para gozo de sus torturadores.

¿Te imaginas lo que vas a sufrir cuando sientas los dientes de las pinzas mordiendo esta piel tan delicada? – exclamó Juan sonriendo sádicamente mientras acariciaba impúdicamente la vulva de la pequeña.

Natalia, horrorizada, se imaginaba perfectamente el dolor que esas horribles pinzas podían inflingirle sobre la sensible carne de su sexo. Su mente no podía entender cómo aquellos hombres podían alcanzar esas cotas de crueldad.

Juan trajo la jeringuilla y volvió a inyectar en el brazo de su víctima la sustancia que la impediría desmayarse, mientras Natalia lloraba amargamente.

Tomás trajo una bandeja y se la mostró a Natalia con una mueca cruel: Estaba llena de las horribles pinzas.

Juan cogió una pinza sonriendo sádicamente. Tras mostrársela a la aterrada niña, se inclinó entre sus piernas abiertas.

¡Nooooooo….por favor…por favor……..! – suplicó entre sollozos la desdichada.

Juan, disfrutando a tope del momento, separó con los dedos de una mano la parte superior del labio mayor derecho y con la otra procedió a colocar la pinza sobre esta porción de carne. Poco a poco fue aflojando sus dedos, para dejar que los dientes se fueran cerrando sobre la carne cada vez más fuertemente.

¡Noooooooooo……! Aaaaaaaaaaaaaahhhhh!

La niña gritó agónicamente al sentir la cruel mordedura. Juan soltó del todo y la pinza quedó aprisionando el labio mayor con toda su fuerza.

¡Aaaaaaaaahhhhhhhhhhh……………! ¡Por favor………..quítenmela………!

La pobre Natalia llevó la cabeza atrás, los ojos crispados suplicando con todas sus fuerzas.

Cuando la pequeña entreabrió los ojos fue para ver a Tomás entre sus piernas enseñándola sonriente una nueva pinza.

¡Noooooooooooooooo…………!

Tomás repitió la maniobra de su amigo, colocando la pinza en el otro labio mayor.

¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhh………………!

Durante unos instantes, los hombres se limitaron a contemplar satisfechos las muestras de dolor de su víctima.

Pero pronto Juan fue al armario y volvió con una caja. Natalia no pudo ver lo que había dentro de ella hasta que Juan sacó de la caja uno de los cordeles que ya habían utilizado por la mañana.

Observando divertido la expresión angustiada de Natalia, Juan ató un extremo del cordel a una de las pinzas.

La pobre Natalia redobló sus gritos y sus súplicas, tan sólo para ver cómo Tomás sacaba otro cordel y lo ataba a su vez a la otra pinza.

Los dos hombres pasaron los extremos libres de los cordeles a través de unas arandelas del techo situadas a ambos lados de la silla ginecológica, hasta que quedaron colgando en el aire.

Luego, Juan, lentamente, disfrutando a tope del momento, procedió a sacar de la caja, asegurándose que Natalia le estuviera mirando, una de las horribles pesas que ya habían utilizado por la mañana.

¡Nooooooooooooooo……!

La desdichada gritó histéricamente ante lo que se le avecinaba.

Juan, parsimoniosamente, procedió a colgar la pesa del extremo de uno de los cordeles y fue soltándola. Los dos sádicos contemplaron extasiados cómo la pinza iba tirando del labio mayor hacia fuera y hacia arriba.

¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhhh…………!

Juan soltó completamente la pesa y ésta quedó pendiendo en el aire, tirando agónicamente de la pinza que mordía el labio mayor, estirando hacia arriba y hacia fuera la sensible carne y exponiendo las rosadas interioridades de la mitad del sexo de la niña.

Tomás esperó a que Natalia volviera a estar bien alerta. Después se situó entre las piernas de su víctima, alzando la mano y mostrándola sonriente una nueva pesa presta a ser utilizada.

¡Nooooooooooo………! ¡Bastaaaaaaaaa.......!

Parsimoniosamente, procedió a colgarla del otro cordel y a irla soltando.

De nuevo los hombres disfrutaron observando cómo el otro labio mayor se iba estirando cada vez más.

Tomás acabó de soltar la pesa. Los dos sádicos se inclinaron para contemplar el sexo de su víctima, ahora totalmente desplegado ante sus ojos, los labios mayores abiertos de par en par y tensados hacia los lados. Los dientes de las pinzas mordiendo dolorosamente la carne.

El rostro de Natalia, totalmente contraído y crispado, atestiguaba, para satisfacción de sus verdugos, el sufrimiento de la pobre niña.

Juan y Tomás posaron sus dedos sobre las expuestas interioridades del sexo infantil y acariciaron a gusto la carne íntima. Luego, juguetearon con los estirados labios, introdujeron sus dedos en la vagina y el ano, pellizcaron el clítoris…

Tras un buen rato, Juan y Tomás decidieron pasar a la siguiente fase de la tortura.

¿Qué tal vas, amiguita? – exclamó Juan - Duelen mucho las pinzas, ¿verdad putita? ¿Te gustaría que te las quitásemos?

¡Si…por favor…….por favor……..! – contestó entrecortadamente Natalia, aunque ya no se fiaba ni lo más mínimo de sus torturadores.

¿Qué hacemos, Tomás? ¿Se las quitamos o seguimos jugando? ¡Creo que no has tenido suerte, preciosa, mi amigo quiere seguir disfrutando con tu sufrimiento y, la verdad, yo también! ¡Ja, ja ja!

¡Nooooooooo………! ¡Por favor……….!

¡Sí, putita! – siguió Tomás - ¡Así que duelen mucho las pinzas colocadas en tus labios mayores….! ¡Pues ahora vamos a probar a colocarte otras en otras zonas aún más sensibles!

¡Nooooooooooooooo………….!

La pobre niña, con desesperación, vió como Tomás cogía una nueva pinza y se inclinaba entre sus piernas. Con una sonrisa sádica, Tomás separó con los dedos uno de los labios menores y procedió a colocar la pinza sobre el extremo de esta delicada porción de carne.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaa……………!

Natalia redobló sus gritos. Los labios mayores la dolían espantosamente, pero el efecto de los afilados dientes de las pinzas mordiendo la sensible piel del labio menor se le hacía insoportable.

Juan cogió una nueva pinza y, poco a poco, fue dejándola que se cerrara aprisionando el otro labio menor.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaa……..! ¡Bastaaaaaaa……..! ¡Por favor………….!

Para gozo de los torturadores los gritos desgarradores de la niña llenaban la habitación mientras sentía las horribles mordeduras de la pinzas.

Durante unos minutos, Juan y Tomás se limitaron a contemplar, mientras se masturbaban, el horrible sufrimiento de su víctima.

Pero pronto decidieron aumentar un grado más la tortura de la niña: Cogieron dos nuevos cordeles ataron un extremo a las pinzas colocadas sobre los labios menores e hicieron pasar el otro extremo a través de las arandelas que caían del techo. A pesar del sufrimiento en el que estaba sumida, la pobre niña captó la maniobra de los hombres, adivinando su intención. Un nuevo grito horrorizado salió de la garganta de la niña ante la inhumana crueldad de sus verdugos.

Juan cogió una nueva pesa y se la mostró a Natalia sonriendo sádicamente. Lentamente procedió a sujetarla al extremo colgante del cordel. Luego la fue soltando poco a poco, mientras la pesa iba tirando agónicamente de la pinza que se cerraba sobre el labio menor.

¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaa……..!

La pobre niña sentía como si la estuvieran arrancando la piel.

Cuando Juan acabó de soltar la pesa, el pequeño labio quedó totalmente estirado.

Tomás cogió otra pesa y repitió la maniobra en el otro cordel. Las dos pesas quedaron suspendidas en el aire tirando de la dolorida carne que aprisionaban las pinzas.

De nuevo los verdugos se inclinaron para contemplar el sexo de la niña, los labios sexuales totalmente abiertos, estirados hacia arriba y hacia fuera bajo la mordedura de las crueles pinzas.

Natalia gritaba y gritaba, los ojos cerrados y el rostro totalmente crispado ante el espantoso dolor que la envolvía.

Los dos hombres de nuevo llevaron sus manos al expuesto pubis y comenzaron a manosear la torturada carne, jugueteando extasiados con los distendidos labios y acariciando procazmente la indefensa porción de carne íntima que se ofrecía entre los labios totalmente separados.

Juan cogió una de las cámaras y filmó en primerísimo plano el torturado sexo de la niña. Luego, siguió filmando mientras Tomás, perversamente, se dedicaba a introducir sus dedos en la vagina y en el ano de la pequeña.

A continuación, los dos hombres decidieron violar a la niña tal como se encontraba. Para horror de la pequeña, Tomás se colocó frente a ella y la penetró por la vagina sin contemplaciones.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaa………!

El contacto del duro pene y su roce sobre los torturados labios sexuales aumentó una vez más el sufrimiento de la niña.

Tras unos agónicos minutos, Tomás sacó su pene y su lugar fue ocupado por Juan, quien repitió la cruel violación.

A la pobre niña ya no le quedaban fuerzas para suplicar y se limitaba a llorar y gritar de dolor.

Cuando Juan decidió sacar su pene, Tomás propuso una nueva crueldad:

¿La colocamos una pinza en el clítoris?

A pesar del tremendo sufrimiento en que estaba sumida, Natalia escuchó la nueva horrible amenaza. Cuando parecía que ya era imposible sufrir más, aquellos monstruos siempre inventaban algo todavía más horrible.

¡Hmmm, eso sí que la va a hacer reaccionar deliciosamente! – contestó Juan – ¿Has oído, putita? ¿Estás preparada para sentir una pinza mordiendo este precioso botoncito? – la preguntó sádicamente mientras la acariciaba procazmente el pequeño órgano.

Juan colocó sus dedos alrededor del clítoris y tiró de la fina piel del capuchón que lo cubría para hacerlo sobresalir totalmente.

Tomás cogió una pinza y la fue acercando, asegurándose que su víctima percibía plenamente la maniobra. Tras colocar el extremo de la pinza abierto sobre la pequeña porción de sensible carne, lentamente, fue dejando que los dientes metálicos se fueran cerrando sobre ella.

Los ojos de los hombres observaron extasiados cómo la pinza iba aprisionando y pellizcando cada vez más fuertemente el expuesto clítoris de su víctima.

¡UAAAAAAAAAAAAGGGGGHHHHHH....!

Un nuevo grito desgarrador comenzó a brotar de la garganta de la pobre niña.

Tomás soltó completamente la pinza y los sádicos se deleitaron contemplando cómo Natalia, totalmente enloquecida de dolor, movía la cabeza de un lado al otro y cerraba y abría sus manos mientras de su garganta brotaban sin cesar los más lastimeros gritos.

¡UAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH.....! ¡BASTAAAAAAAAA.....! ¡AAAAAAAAAAAHHHHH.....!

¡Uff, estoy que exploto! – exclamó Tomás, superexcitado por la tortura. ¡Voy a encular a la putita hasta correrme!

Sin más preámbulos, Tomás se puso un preservativo y procedió a introducir su duro miembro por el expuesto orificio anal de Natalia.

Tomás comenzó a violar a su víctima brutalmente, añadiendo nuevos dolores al calvario de la desdichada. Cada sacudida iba acompañada de lacerantes efectos sobre el torturado sexo de la niña.

Tomás sintió que se aproximaba el momento del climax y comenzó a dar golpecitos con los dedos directamente sobre las pinzas clavadas en la carne íntima hasta que, por fin, absorbiendo con su mirada las reacciones de agonía de su víctima, llegó al orgasmo.

Cuando Tomás sacó su pene del cuerpo de Natalia, Juan ya estaba preparado para imitarle: Juan se colocó delante de su víctima y esperó hasta que ésta percibió la nueva maniobra. Entonces, sonriendo ante su sufrimiento y desesperación, se dispuso a violarla. Su erecto pene, cubierto por el preservativo, penetró cada vez más profundamente a través del dilatado conducto anal de la niña.

¡Mi amigo te ha follado de una manera muy caballerosa. Conmigo no vas a tener tanta suerte! – exclamó sonriendo malignamente.

¡Tomás, por favor, acércame la bandeja de las pinzas! – pidió sonriendo.

¡NOOOOOOOOOOOO.........!

Tomás la depositó junto a su amigo.

Juan, mientras violaba con enérgicas sacudidas a Natalia, cogió una de las pinzas y la dirigió al expuesto sexo. Tras vacilar unos instantes, se decidió a colocarla en uno de los distendidos labios menores, justo por debajo de la pinza que lo mantenía estirado.

¡UAAAAAAAAAAAAAAAA..........!

Luego, colocó otra aún más abajo, cerca del vestíbulo vaginal. Seguidamente repitió la misma maniobra con el otro labio menor.

Natalia, para satisfacción de los sádicos, seguía plenamente consciente, llenando la habitación con sus gritos de pura agonía.

¡BASTAAAAAAAAAAAAA........!

Juan cogió una nueva pinza y la colocó sobre la fina piel de la herradura vaginal de la niña, justo por debajo del orificio. Luego colocó otro par de pinzas, una a cada lado de la última.

¡UAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH........!

Después cogió la pinza que mordía el clítoris de Natalia y comenzó a retorcerla.

¡AAAAAAAAAGGGGGGGGGGHHHHHHHHH.......!

La excitación de Juan llegó a su punto culminante. El sádico notó cómo le llegaban las olas de placer de una inminente eyaculación.

Por fin, mientras se deleitaba contemplando el rostro de su víctima, espejo de la borrachera de insoportable dolor que sentía, Juan se abandonó a un delicioso y prolongado orgasmo. ¡Un verdadero placer de dioses!