EN PODER DE LOS SÁDICOS

BY JOSEMMM

[ part 8 ]

Nota: La historia que a continuación se narra constituye tan sólo una mera fantasía. Es decir, por muy extremas que puedan resultar las escenas descritas, ninguna persona de carne y hueso ha sufrido ningún daño. En la vida real, cualquier acción parecida sería absolutamente odiosa y constituiría un gravísimo delito digno de las penas más duras. Así pues, la lectura de esta narración sólo es apta para personas adultas que sepan diferenciar claramente entre la ficción y la realidad.

Durante la comida los dos hombres charlaron largamente sobre las excitantes experiencias de la mañana. Como tenían planeado seguir torturándola por la tarde decidieron no darla de comer más que una jarra de zumo con fuertes dosis de reconstituyentes y estimulantes.

Asímismo, decidieron comenzar a darla antibióticos para evitar posibles infecciones a causa de las heridas producidas a lo largo de las sesiones de tortura, por lo que también disolvieron en el zumo un sobre de antibiótico. Querían conservar a su víctima en óptimas condiciones durante el mayor tiempo posible.

Despues de comer, los dos sádicos volvieron al sótano. Natalia, amarrada sobre el caballete, se las había arreglado para quitarse de encima el paño con sal, que yacía en el suelo. También había intentado arrancar la cinta que tapaba su boca frotándola contra el caballete pero no lo había conseguido totalmente, por lo que había permanecido todo el tiempo con la boca llena del semen de Juan, intentando no tragarlo.

Juan y Tomás procedieron a quitarla la cinta de embalar y la pusieron una palancana para que escupiera. luego, la dieron un vaso de agua para que se enjuagara la boca. Seguidamente, tras desinfectar con betadine las heridas de la niña, la desataron, la pusieron la bata y la ordenaron sentarse en una silla. La pobre niña intentó sentarse pero no pudo debido al dolor que sentía en sus maltrechas nalgas. Los hombres, tras observarla divertidos, la dijeron de quedarse de pie. La dieron un vaso y la fueron sirviendo el contenido de la jarra. Luego la llevaron a su celda y la dejaron allí para que descansara.

Natalia se dejó caer sobre el colchón boca abajo y comenzó de nuevo a llorar. Cada día, la pesadilla en la que se encontraba era más horrible. Se daba perfecta cuenta de que sus captores ya no se conformaban con humillarla y abusar sexualmente de ella. Ahora, su principal entretenimiento consistía en hacerla sufrir. La pobre niña no comprendía cómo podían existir ese tipo de personas.

De nuevo se aferró a su única esperanza: Por lo que los hombres la habían dicho, sus padres estaban a punto de pagar el rescate. ¡Por favor, que fuera pronto!

Tres horas después los hombres volvieron al sótano. Durante unos minutos, Natalia oyó que realizaban preparativos. Por fin, aparecieron en la celda. Esta vez en sus rostros estaba reflejada esa expresión cruel que tanto aterrorizaba a la pequeña.

¡Se acabó el descanso, putita! – exclamó Tomás.

Primeramente, la ordenaron orinar. Natalia, totalmente atemorizada, obedeció. Los hombres observaron divertidos cómo la pequeña intentaba por todos los medios cubrir su cuerpo con la bata mientras orinaba.

¡No te molestes en cubrirte! – exclamó Tomás - ¡dentro de un momento vas a estar de nuevo totalmente en pelotas... mientras jugamos con tu precioso cuerpecito!

Los bellos ojos azules de la niña se volvieron a llenar de lágrimas.

Sesión de la Tarde

Natalia fue conducida a un nuevo escenario, con los focos y las cámaras ya dispuestos alrededor.

Ocupando la mayor parte del escenario se encontraba un nuevo aparato: Una estructura metálica en forma de U invertida, con dos barras verticales separadas tres metros unidas en lo alto por otra barra horizontal. Las barras verticales podían ser reguladas en altura de manera que la barra horizontal quedara más o menos alta . Ahora se encontraba a dos metros de altura del suelo pero, con las barras plenamente desplegadas, podía alcanzar una altura máxima de dos metros y medio. Tanto las barras verticales como la horizontal estaban equipadas de múltiples puntos de sujección, con el fin de que la víctima pudiera ser atada en cualquier postura.

Justo debajo y en el centro de dicha estructura, se encontraba el nuevo instrumento de tortura que los dos hombres se disponían a utilizar: Una fina arista de madera.

Estaba formada por un trozo de madera pulida y barnizada de un metro de largo. Tenía un perfil de forma triangular, dispuesto de manera que, en su parte superior, emergía amenazadoramente el vértice más afilado. Por debajo, la madera estaba encajada en dos patas metálicas, también regulables en altura.

La pobre Natalia miró con pavor los aparatos sin saber a ciencia cierta la forma en que serían utilizados.

Los dos hombres despojaron a Natalia de la bata, quedando la niña de nuevo totalmente desnuda ante la sádica mirada de sus torturadores.

¡Bueno, es hora de montar a caballo! – gritó Juan entre risotadas.

Entre los dos levantaron a la pobre niña en volandas y la dejaron caer por encima de la arista, de forma que cada pierna quedara a un lado de la madera.

Juan y Tomás habían calculado a ojo la altura inicial del aparato. Ahora tendrían que ajustarla debidamente.

No satisfechos viendo que el filo de la arista quedaba a una altura un poco baja respecto del pubis, procedieron a elevarla más, haciendo que Natalia tuviera que ponerse de puntillas para evitar su contacto.

Esta vez, los dos hombres contemplaron a su víctima satisfechos: Ahora, la afilada punta de la arista llegaba a rozar la parte inferior del sexo de la pequeña. Los pies descalzos de Natalia se apoyaban de puntillas sobre el suelo, intentando mantener su piel por encima de la amenazadora punta de madera. La forzada postura realzaba la belleza de sus preciosas y estilizadas piernas.

Los hombres ataron las muñecas de la niña, por encima de su cabeza, a la barra horizontal que tenía por encima, quedando sus brazos semiflexionados. Haciendo fuerza con ellos, Natalia podía ayudarse para mantenerse fuera del alcance del filo de la madera.

Juan y Tomás, con sus penes ya en plena erección, se limitaban, de momento, a observar a su presa con una sonrisa sádica marcada en sus rostros: Su expresión perversa y viciosa, sus ojos crueles que recorrían su cuerpo una y otra vez. Natalia hubiera dado cualquier cosa por poder salir de la situación en la que se encontraba, pendiendo desnuda, de puntillas sobre esa horrible madera sin poder moverse hacia ningún lado y, sin duda, con unas pavorosas próximas horas en perspectiva.

Los hombres se aproximaron a la niña. La pequeña intentó retirarse pero apenas pudo moverse unos centímetros. Juan paso sus manos alrededor del fino talle de la niña y comenzó a recorrer su cuerpo, palpando su carne, deleitándose con los ojos de espanto de su víctima. Sus manos se posaron sobre los pequeños montículos del pecho y los manosearon bruscamente. Luego su dedo comenzó a recorrer de arriba a bajo la alargada hendidura del pubis mientras la pobre niña lloraba amargamente. Con la otra mano buscó las nalgas en carne via de la pequeña y comenzó a pellizcarlas.

¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhh.........! ¡Noooooooo....! ¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh.....!

¡Ja ja ja! – rió Juan sádicamente - ¡Te duele el culito, putita! ¿verdad? ¡Bien, bien, luego nos seguiremos ocupando de él!

Pronto Tomás se unió a su compañero. Sus dedos también se posaron sobre la delicada piel y, durante un buen rato, recorrieron cada rincón de la carne que se le ofrecía, dedicando especial atención a las maltrechas nalgas de Natalia, mientras la pequeña lloraba sin cesar.

¿Sabes, putita? – dijo cruelmente Tomás- ¡Te vamos a hacer pasar una tarde de infierno!

La aterrada Natalia vió cómo Juan venía de nuevo con la jeringuilla en la mano.

¡Esta mañana la inyección nos ha dado muy buen resultado. Hemos conseguido mantenerte consciente en todo momento, a pesar de los terribles dolores que has tenido que sufrir. Así que lamento decirte que te la vamos a poner de nuevo para que puedas aguantar los sufrimientos que te vamos a hacer pasar esta tarde!

La pobre niña comenzó a llorar amargamente.

Tras ponerla la inyección, Juan y Tomás volvieron a sentarse en la silla y, durante un buen rato, mientras se masturbaban, contemplaron a su víctima, cada vez más turbada e incómoda sobre la arista. Sus pies, ya doloridos de mantener durante tanto tiempo la forzada postura de puntillas tendían a relajarse y a apoyar más zonas de la planta. Pero inmediatamente la fina arista de madera se clavaba en la delicada piel de la entrepierna, haciendo que Natalia volviera a ponerse de puntillas, tirando con sus finos brazos para descargar algo de peso.

Los dos sádicos decidieron quitar a su víctima la ayuda de los brazos: Juan desató su muñeca derecha y la volvió a atar pero abierta hacia el lado, sujetándola a la barra lateral. Tomás repitió la maniobra con el brazo izquierdo, hasta dejar a Natalia con los brazos en cruz.

¡Ahora ya no te va a ser tan sencillo evitar la madera! – la dijo Tomás sonriendo sádicamente.

Los dos hombres se volvieron a sentar y durante otro rato siguieron contemplando el creciente disconfort de Natalia. A la pequeña le costaba cada vez más mantenerse de puntillas sobre sus doloridos pies.

Por fin, Juan y Tomás se volvieron a levantar. Juan volvió a acercarse para a su turbada víctima, acariciándola de nuevo sus pequeños senos.

¡De momento no te estamos haciendo sufrir demasiado, pero siento decirte que, a partir de ahora, vamos a hacer que tu dolor vaya aumentando como es debido. Mi amigo y yo queremos disfrutar viéndote sufrir verdaderamente!

La pobre niña, aterrorizada, movía sus ojos de un lado a otro siguiendo cada movimiento de sus verdugos

Los dos sádicos procedieron a atar dos cuerdas a los tobillos de Natalia. Luego, para horror de la pequeña, pasaron el otro extremo de las cuerdas por una sujección de las barras laterales situada a 50 cm. del suelo y comenzaron a tirar alternativamente.

¡Noooooooo....! – suplicó desesperada Natalia, adivinando la intención de sus torturadores.

A pesar de la fuerza que opuso Natalia intentando evitarlo, sus pies fueron separándose lentamente, deslizándose por el suelo. Como consecuencia, su centro de gravedad fue descendiendo y su pubis fue entrando cada vez más en contacto con la punta de la arista de madera.

Cuando los pies de la niña estuvieron totalmente separados, Juan y Tomás ataron las cuerdas a las sujecciones manteniendo la tensión.

Los dos hombres se volvieron a sentar y durante unos minutos se divirtieron contemplando los patéticos esfuerzos de la pequeña por mantenerse por encima de la afilada madera, empujando hacia arriba con la punta de sus doloridos pies.

Por fin, los dos hombres se levantaron y volvieron a ocuparse de las cuerdas. Juan cogió la cuerda atada al tobillo derecho de Natalia y tiró más y más, hasta hacer que el pie perdiera contacto con el suelo. Entonces procedió a sujetar la cuerda para mantener dicho pie en el aire.

Los sádicos hicieron una pausa para observar a su víctima. La pobre niña intentaba mantener el peso de su cuerpo con los dedos de su pie izquierdo pero su cara de dolor evidenciaba que la arista comenzaba ya a hacer su efecto sobre la sensible piel de la entrepierna.

Por fin, con una sonrisa sádica, Tomás tomó la cuerda atada al tobillo izquierdo y, para desesperación de Natalia, fue tirando lentamente.

¡Nooooooooooooo....! – gritó la desdichada.

Tomás siguió tirando hasta que el pie izquierdo quedó asimismo suspendido en el aire.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhh....................!

La pobre niña gritó en agonía al sentir la fina madera clavarse inexorablemente entre los labios de su sexo, su ano y la delicada zona entre ambos puntos.

Juan y Tomás procedieron a tensar aún más las dos cuerdas hasta dejar a su víctima con las piernas abiertas de par en par, quedando la desdichada suspendida con la mayor parte del peso de su cuerpo justo encima de la fina arista. Los sádicos se aproximaron para contemplar de cerca la entrepierna de la pequeña apoyada sobre la afilada superficie. ¡Verdaderamente, tenía que resultar extremadamente doloroso!

Los hombres, satisfechos se volvieron a sentar a contemplar el espectáculo masturbándose: La pobre Natalia, con el rostro crispado, gemía sin cesar, moviendo la cabeza de delante a atrás e intentaba inútilmente con sus tensados miembros aliviar el dolor cada vez más intenso que sentía entre sus piernas mientras suplicaba a sus torturadores.

¡Aaaahhhh......por favor...no puedo soportarlo...por favor......aaaaaaaaahhh.......!

Juan y Tomás saboreaban extasiados cada gemido, cada gesto de dolor de la pequeña, mientras seguían masturbándose, sus penes totalmente erectos ante la cruel escena.

¡Hmmm, es una verdadera gozada ver sufrir a esta putita! – exclamó Tomás.

A medida que fueron pasando los minutos, el dolor se fue haciendo insoportable y de la boca de la pequeña comenzaron a salir verdaderos gritos mientras sollozaba y redoblaba sus suplicas, para gozo de los sádicos.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaa.................! ¡Sáquenme de aquí......por favor................. ¡

Las abundantes lágrimas, tras recorrer el precioso rostro de la niña, goteaban sobre su pecho y seguían descendiendo por su liso vientre hasta alcanzar la misma madera de la arista.

Juan se levantó y se acercó sonriendo a su víctima.

¿Te gustaría que te soltaramos?” – preguntó.

¡Sí...por favor.....por favor....sí....!” contestó Natalia entrecortadamente.

Juan observó divertido la mirada suplicante de la niña, deseando con todas sus fuerzas que pusieran fin a su sufrimiento.

¡Pues siento decirte que nosotros estamos disfrutando a tope, así que me temo que todavía te queda mucho por sufrir! – contestó Juan sonriendo con crueldad.

¡Noooooooooooooooooooooo.........! – gritó desgarradoramente la desdichada.

Juan se dirigió a una de las paredes de la habitación, descolgó una fusta y volvió a aproximarse a su desesperada víctima.

¡Nooooooo........! ¡Nooooo.......! ¡Por favor............por favor..............!

Parsimoniosamente, Juan llevó el extremo de la fusta a las nalgas de Natalia y lo frotó sobre la maltratada carne.

¡Uaaaaaaaaahhhh!

De repente, procedió a dar un golpe seco sobre la lacerada piel.

¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh................!

El grito de la desdichada llenó la habitación. Al lacerante efecto de la vara sobre la dolorida piel se sumó la agonía que la inevitable convulsión produjo sobre la entrepierna.

Los dos sádicos degustaron a tope las muestras de dolor de su víctima.

Juan dejó pasar unos segundos más y procedió a golpear una vez más....y otra.....y otra...

Natalia lloraba y gritaba histéricamente mientras le llegaban los estímulos dolorosos tanto de las nalgas como del pubis.

¡Aaaaaaahhhhh.......! ¡Bastaaaaaaa...........! ¡Uaaaahhhhhh..........!

¡Bueno, vale, voy a parar de azotarte.....ahora va a ser mi amigo al que le toca hacerlo! ¡Ja Ja! – exclamó Juan.

¡Nooooooooooooo...............!

Juan pasó la fusta a Tomás y éste, durante un buen rato siguió azotando sin piedad el dolorido culito de la niña.

Por fin, Tomás dejó la vara y se acercó a su víctima para observarla de cerca deleitándose con la expresión de absoluto dolor marcada en su bello rostro.

¡Así es como más nos gusta verte! – la dijo sonriendo - ¡Con esa carita de sufrimiento total!

Las manos del hombre se posaron sobre el torturado cuerpo infantil y lo recorrieron lascivamente, mientras la pequeña lloraba y gemía desconsoladamente. Sus dedos recorrieron las heridas de las nalgas haciendo que Natalia se crispara aún más. Luego, se posaron en el pubis y acariciaron procazmente la torturada piel incrustada sobre la madera. Pronto sus tendencias sádicas hicieron proponer a Juan una nueva idea:

¿Qué te parece si la azotamos ahora los dos a la vez?

A pesar del tremendo dolor en el que estaba sumida, Natalia escuchó horrorizada las nuevas palabras de ese monstruo.

¡Noooooooooooooooooooooo......! ¡Bastaaaaaaaaaaa..........! ¡Por favor...................!

Juan no necesitó que le insistieran. Los dos sádicos cogieron sendas fustas, se situaron cada uno a un lado de su víctima y comenzaron otra vez a azotar el cuerpo desnudo de Natalia, esta vez cambiando de objetivo a cada golpe: Las nalgas... el vientre... la espalda... los muslos... los senos.... redoblando el sufrimiento de la pequeña.

Entre golpe y golpe, Juan y Tomás se extasiaban contemplando el rostro totalmente crispado de la desdichada ante los horribles dolores que padecía.

De la entrepierna de Natalia comenzaron a brotar los primeros hilillos de sangre mientras la fina punta de la arista iba erosionando la delicada carne cada vez más.

Juan y Tomás dejaron las fustas y volvieron a aproximarse a su víctima, extasiándose ante sus muestras de dolor. De nuevo sus manos recorrieron el torturado cuerpo de Natalia, manoseándolo de manera cada vez más violenta.

¡Pobrecita nuestra pequeña amiga! – rió Juan. ¡Te estamos haciendo pasar un mal día! ¿Verdad?

¡Bastaa.....por favor........no lo soporto..........por favor.....! – balbuceó Natalia con ojos suplicantes.

¿Basta? – preguntó Tomás burlonamente - ¡Con lo que nos estamos divirtiendo!

Los dedos de los hombres comenzaron a pellizcar y a retorcer perversamente porciones de la indefensa piel de su víctima.

La pobre niña comprendió que no iba a obtener ninguna clemencia. El dolor que sentía se le hacía insufrible y esos monstruos todavía buscaban seguir aumentándolo. La desdichada redobló sus lloros, presa de la más absoluta desesperación.

De repente, Juan la hizo una propuesta:

¿Harías cualquier cosa con tal de que te bajáramos de la madera?

Natalia le miró con cierta esperanza. En ese momento se consideraba capaz de hacer cualquier cosa con tal de detener el horrible dolor que la invadía. Juan continuó:

¡Te voy a proponer un trato: Te bajamos si le das un beso en la boca a tu amiga la iguana! ¿Qué te parece?

Natalia sintió una nueva angustiosa punzada. Sus captores habían comprobado de sobra el miedo insuperable que ese animal la inspiraba ¿Cómo la podían proponer semejante cosa?

Los dos hombres observaron divertidos la encrucijada mental en que se hallaba la pobre niña.

Natalia se sentía incapaz de poder dar un beso en la boca a la iguana pero tampoco soportaba seguir sufriendo sobre la arista ni un segundo más.

¿ Bueno, qué? – Preguntó Juan - ¿Vas a darle un beso a nuestra mascota?

Quizás fue el subconsciente el que contestó, revelándose contra el profundo sufrimiento, pero Natalia acabó moviendo afirmativamente la cabeza.

Juan no tardó en volver, sonriendo, con la iguana en la mano. Al verla, Natalia se sintió de nuevo sobrecogida por la más absoluta repugnancia.

Juan acercó la iguana al rostro de la niña y ésta dió un desesperado respingo. Al instante una agónica punzada la recorrió el cuerpo partiendo de su atormentada entrepierna. Los dos sádicos contemplaron satisfechos el rostro de sufrimiento de la pequeña, las lágrimas recorriendo sin cesar sus dulces mejillas.

Juan volvió a acercar la iguana a la niña, que esta vez consiguió evitar moverse bruscamente, pero apartó su rostro todo lo que pudo sobrecogida por el miedo.

¡Vamos! – Conminó Juan - ¡Bésala en la boca y tu sufrimiento habrá acabado!

Natalia, sufriendo con los ojos cerrados, con su cerebro invadido por los estímulos insoportablemente dolorosos que la llegaban desde su entrepierna, comprendió que no le quedaba más remedio que hacerlo. Pero cuando abrió los ojos y se encontró con la horrible cabeza de la iguana delante de ella, el terror fue más fuerte y, de nuevo apartó su rostro.

¡Qué estúpida puta! – gritó Juan.

¡Espera un momento! – exclamó Tomás - ¡Vamos a ver si logramos convencerla!

Tomás colocó sus manos sobre los hombros de Natalia y presionó hacia abajo para aumentar el peso que soportaba la torturada entrepierna de la niña.

¡Uaaaaaaaaaaaahhhhhh...! ¡Aaaaaaaaaahhhhhhhh! ¡Bastaaaaaaaaaa......!

¡Hhmmmmm! – exclamó Juan - ¡Parece que nuestra amiga reacciona deliciosamente con unos pequeños empujoncitos!

Tomás siguió presionando una y otra vez. Luego, apoyando la manos sobre las caderas de Natalia, probó a agitar el cuerpo de la niña, encantado con los alaridos que salían de su boca.

Tras unos interminables minutos de presiones y meneos, la pequeña quedó gimiendo y respirando entrecortadamente, la cabeza caída sobre su pecho, los ojos cerrados, su rostro contraído por el horrible sufrimiento. Los sádicos contemplaron a su víctima deleitándose con su miseria.

Por fin Juan cogió el cabello de Natalia y tiró de él para levantarle la cabeza. La expresión de la niña mostraba a la perfección el infierno que estaba pasando.

¿Vas a dar un beso en la boca a nuestro amigo? – volvió a preguntar.

Natalia, sumida en su terrible dolor, movió la cabeza afirmativamente.

Juan volvió a colocar la iguana delante del rostro de la niña. La pequeña dudó unos instantes, sobrecogida por el absoluto asco que el animal la inspiraba pero, al fin, realizando un esfuerzo supremo, posó sus labios sobre el morro del reptil y le dió un tímido beso.

Los sádicos contemplaron la escena divertidos. Se imaginaban lo que debía estar sufriendo la pobre niña para conseguir llegar a hacer semejante cosa. Y, evidentemente, ellos estaban disfrutando demasiado para poner fin, tan pronto, a la tortura de su víctima.

¿Tu te crees que eso es un beso en la boca? – Preguntó Juan. ¡Me temo que no has superado la prueba!

Natalia le miró estupefacta. No podía ser. Con el esfuerzo que había tenido que hacer para dar el beso. No podía ser que ahora ese monstruo la dijera eso.

¡Lo siento, putita! – siguió Tomás - ¡Te hemos ofrecido una oportunidad y la has desperdiciado, así que...siento decirte que vas a tener que seguir sufriendo!

¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.......................!

Natalia lanzó un grito de pura desesperación ante la inhumana crueldad de sus torturadores.

Tomás, excitadísimo, propuso una nueva idea:

¿Qué tal si tiramos de sus tobillos hacia abajo y hacia los lados?

¡Noooooooooooooooooooooo....................!

La cruel propuesta pronto fue puesta en acción. Cada uno de los hombres agarró uno de los tobillos y fue tirando de ellos, bien simultáneamente, bien alternativamente, observando satisfechos las muestras de total agonía de la pequeña. Nuevos hilillos de sangre comenzaron a resbalar por la porción de madera situada bajo del pubis de la pequeña.

Los dos hombres no querían lesionar en exceso todavía a su víctima. Así que decidieron sentarse de nuevo frente a Natalia y beberse unas cervezas mientras se deleitaban contemplando a la niña en pleno sufrimiento a la par que se masturbaban.

Entre trago y trago cogían las fustas y golpeaban con ellas el torturado cuerpo de la desdichada.

Sabían que, gracias a la inyección, su víctima se mantendría consciente a pesar del calvario que padecía.

Los dos sádicos aún dejaron que Natalia siguiera sufriendo sobre la arista durante treinta minutos más. Media hora interminable para la niña pero deliciosa para sus depravados torturadores.

Por fin, Juan y Tomás desataron a Natalia y la bajaron de la arista. La pobre chiquilla, exhausta de tanto sufrimiento, se desplomó en el suelo, en posición fetal, cubriéndose con sus manos la dolorida entrepierna. Pero no iba a poder descansar mucho tiempo.

Los hombres, tras quitar la arista del medio, levantaron a Natalia del suelo para volver a atarla a la estructura metálica.

La niña, demasiado agotada para resistirse, pronto quedó sujeta suspendida en el aire, las muñecas atadas a la barra horizontal superior, los tobillos atados a la parte superior de las barras verticales laterales de manera que las piernas quedaran abiertas de par en par.

Juan y Tomás examinaron por encima las heridas de la entrepierna, viendo satisfechos que sólo eran desgarros superficiales.

Seguidamente, se pusieron sendos preservativos y se aproximaron a Natalia sonrientes.

La pobre niña vió asqueada cómo Juan se situaba detrás de ella y colocaba la punta de su erecto pene sobre su ano mientras Tomás, desde delante, la abría las nalgas para abrir el orificio todo lo posible. Juan empujó con fuerza hasta introducir su miembro a través del conducto, haciendo de nuevo gemir de dolor a la niña.

Una vez dentro, Juan llevó sus dedos al sexo de la pequeña y separó los labios hasta abrirlo totalmente. Tomás ya estaba preparado para dirigir su pene hacia la vulnerable entrada vaginal.

Natalia no tuvo más remedio que soportar la doble violación simultánea.

Los dos sádicos, tras violar brutalmente a la desdichada durante un buen rato, eyacularon casi al mismo tiempo.

Para ellos la vida era sencillamente maravillosa.