EN PODER DE LOS SÁDICOS

BY JOSEMMM

[ part 5 ]

Nota: La historia que a continuación se narra constituye tan sólo una mera fantasía. Es decir, por muy extremas que puedan resultar las escenas descritas, ninguna persona de carne y hueso ha sufrido ningún daño. En la vida real, cualquier acción parecida sería absolutamente odiosa y constituiría un gravísimo delito digno de las penas más duras. Así pues, la lectura de esta narración sólo es apta para personas adultas que sepan diferenciar claramente entre la ficción y la realidad.

El sábado por la tarde, Juan y Tomás decidieron hacer un alto en sus sádicas diversiones y salieron del chalet para cumplir con ciertos compromisos sociales. Ambos querían tener toda la semana siguiente plenamente disponible para disfrutar a tope de su prisionera.

Natalia pasó toda la tarde tumbada en su celda, llorando y recordando a cada momento los terribles acontecimientos de las pasadas horas.

Por la noche, Juan y Tomás volvieron al chalet. Bajaron al sótano y obligaron a Natalia a cenar. El somnífero que la echaron en la bebida volvió a surtir efecto y pronto la pequeña quedó profundamente dormida.

Los hombres abandonaron el sótano y se sentaron para planificar las acciones que llevarían a cabo el día siguiente.

El viernes y el sábado habían disfrutado enormemente humillando a su bella prisionera y abusando sexualmente de ella, pero los dos sádicos estaban deseando aumentar un grado más el sufrimiento de su víctima.

Así, decidieron que el domingo, tras someterla a las últimas humillaciones que tenían previstas, comenzarían con las primeras sesiones de tortura.

Domingo 11 De Octubre
Sesión de la Mañana

Tras desayunar y pasar por el cuarto de baño, Natalia, ya en el “escenario” del sótano, con la bata como única vestimenta y adoptando la posición de espera, aguardaba anhelante que sus captores la informaran sobre los acontecimientos. Sabía que sus padres no podían tardar ya más en hacer todo lo necesario para que la liberaran.

La niña había rezado hasta la extenuación pidiendo con todas sus fuerzas que sus padres hubieran pagado ya el rescate y que, por fin, pudiera abandonar el horrible infierno donde se encontraba.

Los dos sádicos juguetearon psicológicamente con ella durante un rato. Cuando por fin se decidieron a decirla que el rescate aún no había llegado, Natalia se derrumbó. La pobre niña se dejó caer al suelo llorando amargamente. No podría resistir otro día de sufrimientos en poder de esos depravados.

Juan y Tomás dejaron pasar unos minutos para que su víctima se fuera recuperando. Por fin la voz de Juan retumbó amenazadoramente:

¡Posición de espera!

Natalia, poco a poco se fue levantando. Entre sollozos, adoptó la expuesta postura y permaneció inmóvil, temblando y llorando silenciosamente.

Los dos hombres entraron en el escenario y acercaron las sillas hasta colocarse frente a su víctima, uno al lado del otro.

Los dos hombres disfrutaban enormemente del momento. Sabían que, gracias a la presencia de la iguana, tenían a la niña totalmente bajo su control. La podían obligar a ejecutar los actos más obscenos y degradantes. Y, para desgracia de la pequeña, eso era justamente lo que aquellos pervertidos se prestaban a hacer.

¡Quítate la bata! – ordenó Juan.

Natalia, con una compungida expresión marcada en su precioso rostro, obedeció. De nuevo, la pequeña sufrió con toda intensidad la horrible vergüenza de permanecer totalmente desnuda delante de los ávidos ojos de los hombres.

¡A continuación – prosiguió Tomás – te vamos a ir ordenando hacer distintas cosas. Por supuesto, ninguna de ellas te va a resultar precisamente agradable. Por desgracia para ti, sabes perfectamente que no tienes más remedio que obedecernos en todo lo que te mandemos, por horrible que te parezca!

¡Salvo que quieras tener una estrecha relación con nuestra amiga la iguana! – añadió Juan, sonriendo malignamente.

La pobre niña bajó la cabeza y redobló sus lloros. Sabía que la esperaba un nuevo calvario pero no le quedaba más remedio que, como cordero en el matadero, esperar a recibir las ordenes de sus torturadores.

¡Ponte delante de mí! – ordenó Juan.

Natalia, tras dudar unos instantes, se acercó tímidamente.

¡Más cerca, quiero que te coloques rozando mis rodillas con la parte interna de los muslos!

La niña titubeó ligeramente pero obedeció, hasta quedar a escasos centímetros de su torturador. Allí permaneció temblorosa, las lágrimas resbalando por sus delicadas mejillas.

Durante unos instantes, Juan se limitó a contemplar el precioso cuerpo de Natalia. Luego, clavando una sádica mirada en los asustados ojos azules de la niña, procedió a dar la primera orden:

¡Separa totalmente las piernas, inclínate hacia atrás y ábrete bien el coñito con los dedos para enseñarme sus interioridades!

Los dos sádicos se deleitaron contemplando la torturada expresión de su víctima, sabiendo que no tenía más remedio que obedecer a pesar de que le parecía algo totalmente abominable.

Tras titubear unos segundos, la pobre Natalia, lentamente, fue adoptando la humillante posición ordenada y, totalmente apesadumbrada, procedió a separar ligeramente con sus dedos los labios sexuales.

¡Más! – volvió a ordenar Juan – ¡Quiero que te abras el coñito totalmente!

La niña, mortificada al límite, tiró de sus labios aún más hasta separarlos ampliamente, dejando el interior de su sexo infantil totalmente descubierto delante de su torturador.

Durante unos instantes los dos hombres contemplaron masturbándose a su pudorosa víctima forzada a exhibirse de la forma más obscena, las piernas separadas, el tronco arqueado hacia atrás y manteniendo totalmente abiertos los labios sexuales.

Juan colocó su mano justo debajo de la entrepierna de Natalia y extendió los dedos índice y medio hacia la vertical de forma que quedaran a escasos centímetros del pubis de la niña.

¡Ahora, manteniéndote el coño bien abierto quiero que flexiones las piernas de manera que vayas descendiendo hacia mi mano hasta que la entrada de tu vagina quede en contacto con las yemas de mis dedos!

Natalia necesitó unos segundos para procesar la nueva horrible orden. Tras titubear unos instantes, lentamente, fue dejándose caer sobre los dedos estirados hasta que notó la piel de los dedos de su torturador apoyados sobre su carne íntima.

¡Muy bien, ahora ve flexionando más las piernas para que mis dedos vayan entrando hasta bien dentro de tu vagina.

La pobre niña, entre sollozos, comenzó a presionar ligeramente hasta sentir que el extremo de los dedos comenzaba a abrirse paso a través de su vagina. Inmediatamente, se detuvo.

¡Más! Sigue bajando hasta que mis dedos queden totalmente dentro de tu coñito!

Los hombres degustaron la mortificada expresión de la pobre niña mientras se empalaba hasta que los nudillos de la mano de Juan quedaron sobre la entrada vaginal. Y todavía más mortificada cuando sintió como las yemas de los dedos del hombre palpaban impúdicamente las cálidas paredes vaginales.

¡Ahora quiero que folles mis dedos, es decir que subas y bajes sobre ellos para que entren y salgan de tu coñito!

La pobre niña, totalmente abochornada obedeció la humillante orden

¡Bueno, ahora me toca a mí! – exclamó Tomás. ¡Ponte justo delante de mí dándome la espalda!

Natalia obedeció, quedando el trasero de la pequeña justo delante del rostro de Tomás.

¡Separa bien las piernas! ¡Más aún! ¡Bien, ahora vete inclinando hacia delante sin doblar las piernas, hasta tocarte con los dedos las punta de los pies!

Natalia, asqueada, comprendió el efecto que conseguiría esa nueva orden. Se imaginaba perfectamente la impúdica visión de sus partes que le iba a ofrecer a ese pervertido.

Tomás contempló babeante cómo, a medida que la Natalia se inclinaba hacia delante, se iban descubriendo a sus ojos los íntimos pliegues del triángulo púbico a la vez que la hendidura de las nalgas se iba abriendo hasta desvelar el pequeño orificio anal de la niña.

¡Hmmmm! ¡Qué espectáculo! – exclamó Tomás encantado. Pero todavía deseaba humillar más a su víctima: ¡Ahora lleva tus manos a las nalgas y tira de ellas bien hacia fuera hasta separarlas al máximo. Quiero ver el agujero de tu culito bien abierto!

La pobre Natalia, totalmente abochornada, obedeció.

Tomás apoyó un dedo sobre el exterior del pequeño orificio y comenzó a acariciarlo suavemente. Seguidamente, lo dejó rígido justo tocando la entrada del conducto. ¡Ahora quiero que empujes hasta hacer que mi dedo penetre bien dentro de tu culito!

De nuevo Natalia tuvo que hacer un esfuerzo supremo para obedecer la perversa orden. Las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos goteaban hasta el suelo, tras recorrer su hermoso rostro, crispado por la terribles indignidades a que estaba siendo sometida.

La mañana siguió trascurriendo, deliciosa para los dos sádicos y horripilante para la pudorosa niña.

Juan y Tomás, sabedores de que tenían a su presa totalmente plegada a sus deseos gracias a la amenaza de la iguana, aprovecharon para seguir ordenándola las tareas más humillantes: Natalia tuvo que besarles en la boca, incluida penetración con lengua, volver a lamerles y chuparles los penes y los testículos.

Cuando los sádicos la ordenaron que les lamiera el orificio anal y luego introduciera su lengua en dicho conducto, Natalia creyó morirse. Pero, con la amenaza de la iguana y de las pinzas, poco a poco, los dos hombres consiguieron que su víctima, agónicamente, acabara plegándose a esta nueva terrible indignidad

Los dos hombres disfrutaron a tope saboreando el horror y la vergüenza de la pudorosa niña forzada a realizar actos que la resultaban absolutamente repugnantes.

Por último, Juan se tumbó en el suelo boca arriba y la niña fue obligada a empalarse por la vagina en su erecto pene y cabalgarlo. Mientras lo hacía, Tomás procedió a sodomizarla.

La pobre niña lloraba sin parar mientras notaba los erectos penes de sus torturadores invadiendo totalmente sus conductos.

Durante un rato los hombres violaron a la niña, pero sin eyacular, pues preferían reservarse para posteriores acciones. Cuando por fin sacaron sus penes del interior de Natalia, la pequeña quedó tendida en el suelo sollozando amargamente.

Juan y Tomás, la levantaron y la arrastraron hasta la silla ginecológica pronto la desdichada quedó solidamente atada en la odiosa postura que tanto detestaba, con las piernas abiertas de par en par de manera que sus zonas íntimas quedaban totalmente accesibles y vulnerables ante sus perversos torturadores.

Juan y Tomás cambiaron la posición de los focos y de las cámaras, disponiéndolos alrededor de la silla ginecológica. Una de las cámaras la acercaron todo lo posible de manera que enfocara la zona genital de la pequeña que, según los planes de los hombres, iba a recibir considerable “atención” durante la mañana.

Los dos hombres se abalanzaron sobre el ofrecido cuerpo de su víctima y durante minutos y minutos, disfrutaron manoseándolo, besándolo, lamiéndolo y chupándolo de la forma más procaz.

Seguidamente, al igual que el dia anterior, administraron a la niña una doble lavativa para limpiar su conducto anal.

De nuevo los hombres cayeron sobre el cuerpo de la pequeña y, esta vez, sus lenguas penetraron bien dentro de los expuestos conductos.

La pobre niña, sufría entre lloros y gemidos los abusos, odiando desde lo más profundo de su ser cada una de las obscenas maniobras a que era sometida.

Pasado un buen rato, Juan se dirigió a un armario y volvió con una bandeja llena de consoladores de todo tipo. Sonriendo sádicamente se los mostró a la pobre niña.

¡Mira cuántos juguetitos. Estamos deseando ver cómo entran por tus preciosos orificios!

Natalia observó espantada la colección de consoladores. Unos eran de plástico, otros de metal; unos alargados y finos, otros gruesos; unos lisos otros estriados; unos consistían en una sucesión de bolitas cada vez más grandes, otros estaban recubiertos de ondulaciones... La pequeña imaginó asqueada esos horribles objetos forzados dentro de su cuerpo.

Juan y Tomás procedieron a separar los labios sexuales de la pequeña y a sujetarlos con cinta de embalar de forma que quedaran abiertos de par en par.

La pobre niña sintió cómo las secretas interioridades de su sexo quedaban irremisiblemente desveladas ante los ávidos ojos de los sádicos. Sus lloros se redoblaron.

Los dos hombres, babeantes, seleccionaron los consoladores con los que iban a comenzar la diversión: Juan eligió un grueso consolador de goma color carne; Tomás el un fino consolador lleno de pequeñas protuberancias.

Para desesperación de Natalia, Juan fue conduciendo la punta del consolador hacia la desprotegida entrada vaginal de la niña. mirando divertido la patética expresión del rostro de la pequeña, comenzó a presionar. Inexorablemente, el utensilio se fue abriendo paso a través del conducto. Juan siguió empujando hasta alcanzar el fondo vaginal.

Tomás, por su parte, penetró el conducto anal de Natalia con su consolador.

Los dos hombres comenzaron a juguetear con los consoladores, girándolos, sacándolos y metiéndolos, observando satisfechos la cara de repugnancia de su víctima. Después de un buen rato, los hombres decidieron intercambiar objetivos: Juan cogió un alargado consolador formado por una sucesión de pelotitas unidas que introdujo sin miramientos por el ano de la niña. Tomás cogió unas bolas chinas y las fue metiendo una a una por la vagina.

Al cabo de poco, Juan cogió otro juego de bolas chinas y comenzó a introducirlas por el ano. Tomás volvió a introducir todas las bolas de su juego en la vagina. Los dos hombres se divirtieron tirando alternativamente de las cuerdas para hacer salir las bolas de los conductos de la pequeña.

Los dos hombres seguían contemplando la expresión agónica de Natalia, totalmente abochornada sintiendo cómo sus orificios eran usados de esa humillante manera. Era evidente que, en ningún momento, la desdichada había sentido el más mínimo placer. Entonces los hombres concibieron otra idea: ¿Serían capaces de conseguir de su víctima un forzado orgasmo?

Ya que no lo habían logrado con consoladores, Juan y Tomás probaron con vibradores, intentando excitar sexualmente a la niña. Pero la pobre Natalia siguió odiando y sufriendo cada maniobra. Al cabo de un cuarto de hora de vanos intentos, los hombres decidieron cambiar de estrategia y obligarla a masturbarse delante de ellos.

¿Te has masturbado alguna vez? – la preguntó abruptamente Juan.

Natalia entendía el significado de esa palabra pero nunca en su vida se le había pasado por la cabeza hacerlo. La pobre niña contestó negando con la cabeza a la par que se ruborizaba totalmente.

¡Esta preciosidad todavía no sabe lo que es correrse! – Exclamó Juan - ¿Sabes lo que es correrse, putita?

Natalia medio negó con la cabeza. Tenía una ligera idea de lo que quería decir pero no estaba del todo segura.

¡Te lo voy a explicar – siguió Tomás - ¡Correrse es cuando sientes tanto placer sexual que llegas al orgasmo y tu coñito se llena de líquido!

Tomás no quedó muy seguro de que la niña le hubiera entendido del todo, pero pronto intervino Juan:

¡ Y ahora, putita, queremos ver cómo te corres delante de nosotros! ¡Queremos ver cómo te masturbas hasta correrte! ¡Te vamos a soltar una mano para que te acaricies bien el coñito con los dedos y con los consoladores!

¡Si en diez minutos no has llegado al orgasmo, te castigaremos! – Concluyó Tomás.

Los hombres desataron la mano derecha de Natalia y se sentaron frente a ella para contemplar cómo se masturbaba.

La pobre Natalia no sabía ni lo que tenía que hacer. Juan y Tomás, enojados, la gritaron hasta conseguir que comenzara a acariciarse torpemente, mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Los hombres la ordenaron utilizar los consoladores y los vibradores. Natalia, invadida por la más terrible vergüenza fue obedeciendo, pero todo fue inútil.

A los pocos minutos, los hombres se dieron cuenta de que nunca conseguirían que su pudorosa víctima llegara a un orgasmo delante de ellos.

Entre insultos, Tomás la abofeteó la cara y Juan la retorció con fuerza uno de los pezoncillos. La desdichada redobló sus lloros.

En realidad, en el fondo, los sádicos se sentían satisfechos de comprobar que esa pudorosa niña no iba a sentir en ningún momento el más mínimo placer sexual. Al fin y al cabo, lo que anhelaban era hacerla sufrir todo lo posible.

Los hombres volvieron a atarla la muñeca derecha y de nuevo Natalia quedó totalmente a merced de los hombres. Éstos decidieron pasar a otras maniobras.

Juan fue al armario y volvió con una palancana.

¡Ya que no te has podido correr, estúpida inútil, ahora queremos verte mear! – exclamó Juan.

De nuevo Natalia sintió una punzada de pudor. ¿Cómo podría ser ella capaz de orinar ante la mirada de esos desalmados?

Los dos hombres se agacharon frente a la niña y colocaron la palancana debajo de su pubis, todavía abierto de par en par sujeto con la cinta de embalar.

¡Vamos, puta, mea para nosotros! – la conminó Juan.

¡No….no puedo…..por favor………..!

Juan la dio otra bofetada. ¡Será mejor que te esfuerces por hacerlo, imbecil! – gritó.

¡Espera, Juan! – dijo Tomás - ¡vamos a convencerla de otra manera!

Tomás trajo una de las horribles pinzas y, ante la mirada aterrada de Natalia, la accionó abriéndola y cerrándola.

¡Más te vale que consigas mear, si no quieres volver a sentir la pinza sobre tus preciosos pezoncitos! – amenazó con ojos crueles.

Natalia recordaba perfectamente el horrible dolor que producían esas pinzas. Por odioso que se le hiciera el hecho de tener que orinar delante de esos hombres, la alternativa era todavía peor.

¿Lo vas a hacer, verdad? – preguntó Juan-

Natalia, entre sollozos, movió afirmativamente la cabeza.

No fue fácil. El horror y la vergüenza eran terribles. Pero, al fin, ante la ávida mirada de los sádicos, la pobre niña consiguió que un pequeño chorro de orina saliera de su expuesto orificio uretral.

¡Muy bien, buena chica! – exclamó Tomás en tono burlón. Te has ganado unos caramelos!

Juan fue al armario y volvió con una bandeja llena de pequeños huevos de porcelana.

Cogió uno y lo puso delante de la boca de la niña

¡Chúpalo! – ordenó.

Natalia, sin saber cuál iba a ser la próxima maniobra de los hombres, obedeció.

Entonces, Juan se inclinó entre sus piernas y procedió sonriente a introducir el huevo a través de la vagina de la niña.

¡Aaaahhhhh….! - Gritó la desdichada ante la nueva intromisión.

Antes de que la niña pudiera recobrarse de la sorpresa, Tomás ya tenía preparado el segundo huevo delante de su boca. Natalia redobló sus lloros. Ahora comprendía el nuevo calvario que la esperaba.

Durante un buen rato, los dos hombres se divirtieron introduciendo huevos, uno a uno, dentro de la vagina de la niña.

Después de introducir el sexto huevo, colocaron una bandeja bajo la niña y, bajo la amenaza de la pinza, la ordenaron que los fuera expulsando.

Natalia, con las lágrimas resbalando por sus mejillas, se imaginó el obsceno espectáculo que iba a tener que ofrecer a esos monstruos.

Los dos hombres se sentaron delante de su víctima para ver el pervertido show mientras se masturbaban. Sus ojos se posaron en la entrada vaginal de la niña. Los sádicos disfrutaron observando cómo la vagina se abría mientras aparecía el primer huevo y cómo se dilataba para permitirle salir.

Aunque al principio le costó, la pobre niña, totalmente humillada, fue contrayendo sus músculos y, poco a poco, con grandes esfuerzos, fue consiguiendo expulsar todos los huevos.

Entonces, Tomás cogió uno de los huevos y lo volvió a colocar frente a la boca de Natalia. La niña, temerosa, lo chupó sin saber lo que el hombre se proponía ahora.

Tomás se volvió a inclinar y colocó el huevo presionando sobre la apertura anal de su víctima mientras la miraba sonriendo sádicamente.

¡Noooooooooooo……………..! – Gritó la pobre niña al comprender lo que la esperaba.

Tomás siguió presionando pero el conducto era demasiado estrecho. Cruelmente, empujó con más fuerza hasta conseguir que el huevo se fuera abriendo paso.

¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhh…….!

Natalia gritó de dolor sintiendo cómo su esfínter era forzado. Por fin, el huevo traspasó completamente el elástico anillo y quedó alojado en el interior del recto de la pequeña.

Juan ya tenía preparado el huevo siguiente.

Una vez que los dos sádicos hubieron forzado seis huevos dentro del ano de la niña, de nuevo la ordenaron expulsarlos.

Para la pobre Natalia, además de humillante, el expulsar los huevos a través de su estrecho esfinge anal resultó extremadamente doloroso. De nuevo, los dos depravados gozaron a tope del espectáculo.

Por fin, tras grandes esfuerzos, la niña consiguió echar el último huevo. Los sádicos, antes de retirar los huevos, hicieron que Natalia los limpiara con la lengua.

La niña quedó llorando amargamente. La desdichada estaba sufriendo un auténtico infierno. Los sádicos volvieron a acercarse recreándose en su miseria.

¡Seguro que piensas que ya no podrías estar en una posición más impúdica e indigna de lo que estás!,¿verdad putita? – preguntó Juan divertido- Pues te vamos a demostrar que todavía podemos hacer que nos muestres zonas íntimas que, hasta ahora, no habíamos tenido el placer de contemplar.

Juan se dirigió a un armario y volvió con dos especulums, uno vaginal y otro rectal, y una linterna.

¿Sabes para qué sirven estos maravillosos utensilios? – preguntó a Natalia mientras le mostraba los especulums.

Natalia, con los ojos llenos de miedo negó con la cabeza.

¡Pues valen para abrir de par en par los conductos íntimos de tu precioso cuerpecito de manera que podamos verlos por dentro!

La pobre niña escuchó la explicación quedando horripilada.

Ante la mirada aterrada de Natalia, Juan introdujo lentamente el primer especulum a través de la vagina de Natalia. La niña dio un respingo a causa del dolor, sintiendo los metálicos bordes deslizándose sin miramientos entre las paredes vaginales.

Juan comenzó a girar la manivela y las láminas de su speculum se fueron abriendo inexorablemente.

¡Nooooooooooooooooo……………! – gritó la pobre niña sintiendo como sus paredes vaginales se dilataban dolorosamente.

Juan siguió girando la manivela hasta que la vagina de su víctima quedó abierta de par en par.

Natalia vio con agonía cómo los dos sádicos se inclinaban sonrientes para ver el espectáculo. Juan cogió la linterna e iluminó con ella la zona recién desvelada. Los hombres contemplaron excitados las sonrosadas paredes vaginales y la entrada del útero. Durante unos minutos, Juan y Tomás se recrearon en el obsceno espectáculo.

Por la mente de Juan y Tomás desfilaron fugazmente torturas verdaderamente horribles que podrían hacer ahora a su víctima, pero no era todavía el momento de realizar acciones excesivamente crueles. Ya tendrían tiempo de sobra para ello en los siguientes días.

Tomás cogió el especulum rectal y procedió a insertarlo en el ano de la pequeña. De nuevo de la boca de Natalia salíó un gemido de dolor.

Tomás tomó con dos dedos la ruedecilla del especulum rectal y, para agonía de la niña, comenzó a su vez a abrirlo. De nuevo Natalia sufrió notando como su estrecho conducto anal era forzado a abrirse aún más de lo que ya lo había hecho.

Una vez abierto el especulum, los dos hombres volvieron a inspeccionar, iluminándolo con la linterna, el interior del conducto.

Juan cogió una de las cámaras y, durante un buen rato, se divirtió filmando en primer plano los expuestos orificios de la niña.

Posteriormente, durante un buen rato, los sádicos se divirtieron introduciendo sus dedos en los abiertos conductos acariciando las interioridades de los conductos que quedaban a su alcance.

Por fin, los hombres procedieron a sacar los especulums del interior de la pequeña.

Natalia quedó llorando en silencio.

Juan y Tomás hicieron un pequeño alto para tomarse unas cervezas. Mientras las bebían, se situaron al lado de donde se encontraba la llorosa y compungida Natalia. Tomás apoyó una mano sobre el desprotegido pubis de la niña y comenzó a acariciar la fina capa de vello que adornaba su parte superior.

¿Qué te parece, putita, si te depilaramos los pelillos púbicos? – propuso Tomás - ¡Así parecería que estás aún más desnuda!

Los ojos empapados en lágrimas de Natalia miraron a Tomás sin contestar.

¡Pues justo eso es lo que te vamos a hacer ahora! – exclamó Juan –

Tras una deliberada pausa, Juan continuó hablando: ¡Podríamos hacerlo de manera que no te doliera… pero será mucho más divertido hacerlo de la manera más dolorosa que se nos ha ocurrido: Vamos a arrancarte los pelillos uno a uno!

Las palabras de Juan tenían un nuevo y siniestro matiz. Hasta ahora, las acciones que los hombres habían realizado, por muy humillantes que hubieran resultado para la pudorosa niña, estaban encaminadas hacia una satisfacción de tipo sexual. Ahora, sin embargo, los dos monstruos se proponían a hacerla daño tan sólo por el placer de verla sufrir.

Natalia escuchó horrorizada la cruel idea. Nunca pensó que pudieran existir personas así de desalmadas.

Juan trajo un par de alicates y le pasó uno a Tomás. Los dos hombres se sentaron entre las piernas abiertas de la niña, con las amenazadoras herramientas en la mano.

¡Noooooo……por favor…………nooooo……!

Los hombres despegaron las tiras de cinta embalar que mantenían abiertos los labios sexuales y examinaron la disposición del vello púbico. La mayoría de los pelillos eran muy finos y estaban dispersos por la parte superior del pubis. Sólo por la parte que quedaba por encima del capuchón del clítoris había una pequeña agrupación un poco más densa. La zona media y la inferior del pubis carecía totalmente de vello.

Los sádicos decidieron comenzar por las zonas más externas.

Juan fue el primero en empezar. Llevó los alicates hacia el sexo de Natalia y cogió con ellos el extremo de uno de los pelillos. Luego, lentamente, comenzó a tirar de él.

¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhh………………!

Los sádicos contemplaron extasiados como se formaba un tenso montículo de carne en el punto donde se insertaba el pelillo.

Juan siguió tirando hasta que, por fin, consiguió arrancar el pelo de su raiz.

¡Son fuertes los pelillos de esta putita! –exclamó Juan tras haber necesitado tirar con más fuerza para terminar de arrancar el pelo.

¡Mejor! – repuso Tomás sádicamente - ¡Así sentirá aún más dolor!

Tomás repitió la maniobra de su compañero hasta arrancar el segundo pelillo. Luego Juan arrancó el tercero y Tomás el cuarto.

Uno a uno, los pelillos más externos fueron arrancados sin piedad.

Cuando pasaron a zonas más próximas a la hendidura, Juan probó a coger dos o tres pelillos al mismo tiempo y arrancarlos al mismo tiempo.

¡Aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh!

El gemido de dolor de Natalia atestiguaba el aumento de dolor de la maniobra.

Durante unos minutos, Juan y Tomás continuaron arrancando así los pelillos hasta que Tomás probó una nueva crueldad: Cogió un pequeño mechoncillo de pelos y giró los alicates hasta anudarlos entre sí. Después comenzó a tirar.

Nooooooooo!

¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhh!

¡Vaya! -Exclamó Tomás triunfal - ¡Creo que la hacemos más daño si retorcemos los pelillos antes de arrancarlos!

¡Sí! - contestó Juan- ¡parece que a nuestra amiguita no le hace mucha gracia esta forma de arrancarle los pelitos!

Los dos sádicos siguieron arrancando de esta manera y sin piedad el vello que quedaba sobre el sexo de Natalia, hasta que, por fin, el pubis de la niña quedó totalmente depilado.

Durante unos instantes los hombres se recrearon contemplando a su víctima: Su rostro compungido por el prolongado sufrimiento, las lágrimas brotando de sus hermosos ojos y deslizándose por sus mejillas. Su expresión de terror ante lo que la pudieran hacer a continuación. ¡Absolutamente delicioso para los sádicos!

Todo empujaba a los dos hombres para seguir atormentando a la niña.

Juan lanzó una nueva proposición:

¿Qué le parecería a nuestra amiguita si jugamos a echar ahora cera caliente sobre su precioso cuerpecito?

¡Seguro que le encantaría! –contestó Tomás- ¡Vamos a probar!

Natalia escucho la propuesta y se echó a temblar. No sabía lo que se sentiría pero estaba segura de que no iba a ser precisamente placentero.

Los dos sádicos cogieron sendas velas, las encendieron y tras dejar pasar unos instantes para que la llama derritiera el primer fragmento de cera.

Cuando vio que se había formado una pequeña porción de cera derretida bajo la llama, Juan hizo descender el extremo de la vela hasta escasos centímetros del cuerpo de Natalia y procedió a verter el líquido caliente sobre la fina piel del pecho de la niña, justo por encima del pezoncillo derecho.

¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh!

La pobre niña gritó de dolor sintiendo la quemazón de la cera.

¡Vaya! – exclamó Juan satisfecho – parece que a nuestra amiguita no le gusta mucho el jueguecito, qué pena, Ja, ja, ja!

Antes de que la niña hubiera podido asimilar la puzante sensación, Tomás procedió a verter la cera derretida de su vela sobre el otro seno, en la carne adyacente al pezón.

¡Aaaaaaaaahhhhhh! ¡Nooooooooooo….!

Los dos sádicos la miraron sonriendo. La expresión de la cara de Natalia revelaba una mezcla de miedo y desesperación al entender que esos desalmados, una vez más, estaban actuando movidos solamente por el placer de verla sufrir. La pobre niña redobló sus lloros.

Una nueva porción de cera caliente fue vertida por Juan por debajo de su pezón derecho.

¡Aaaaaaaaaaaahhhhhh! ¡Bastaaaaa, por favor!

Pronto Tomás repitió la maniobra por debajo del otro pezón.

Los dos hombres habían practicado anteriormente este castigo con prostitutas y sabían que cuanto menor era la distancia que la cera recorría, mayor era su temperatura al llegar al objetivo. Así pues, dejaban caer la cera desde una altura bajísima con el fin de que alcanzara la carne de su víctima lo más caliente posible. Por la expresión de dolor de Natalia estaba claro que lo estaban consiguiendo.

Juan y Tomás siguieron vertiendo la cera sobre el pecho de Natalia, eludiendo deliberadamente los pezones…todavía.

Luego pasaron al vientre…

Luego a las piernas…

Poco a poco cada vez más porciones del precioso cuerpo de Natalia se fueron cubriendo de cera mientras la niña gemía y lloriqueaba sin cesar.

Los dos hombres se deleitaban cada vez que una gota ardiente caía sobre la fina piel haciendo que la pobre niña se crispara de dolor.

Los minutos fueron transcurriendo deliciosos para los sádicos e interminables para la pobre niña.

Las velas se fueron derritiendo y, por fin, Juan y Tomás tuvieron que apagar el pequeño trocito que les quedaba entre los dedos.

Natalia se sintió aliviada de que las velas, por fin, se hubieran gastado.

Pero su alegría duró poco. Juan fue al armario y regresó con otras dos nuevas velas.

¿No pensarías que íbamos a acabar tan pronto con lo que nos estamos divirtiendo, no, putita? – Preguntó Juan sonriendo.

¡Además nos queda aún ocuparnos de las zonas más interesantes de tu precioso cuerpecito!- añadió Tomás.

La pobre Natalia comprendió desesperada que todavía le quedaba por sufrir. De nuevo la desdichada se echó a llorar amargamente.

¡Estoy que exploto! – dijo Juan- ¡Voy a follar a esta putita mientras continuamos!

Juan pasó su vela a Tomás para que se la sostuviera, se situó entre las piernas abiertas de la niña y la penetró sin contemplaciones por la vagina. Sonriendo sádicamente, cogió otra vez la vela con una mano mientras con la otra acariciaba el pezoncillo izquierdo de la niña. Seguidamente, colocó el extremo de la vela justo encima del pezón y procedió a derramar el ardiente líquido.

¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhh……!

El grito de dolor de Natalia no le defraudó. La cera quedó sobre la parte inferior del pezón, rozando la punta.

¡Hummmmm, qué gozada! – exclamó Juan, restregando con fuerza su pene sobre las paredes vaginales de su víctima.

Tomás ya estaba preparado con su vela y enseguida procedió a verter la cera directamente sobre el pezón derecho.

¡Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh…..!

Esta vez el líquido había caído justo sobre la punta del pezón.

Juan estaba tan excitado que no se podía aguantar más. Se puso un preservativo y volvió a penetrar la vagina de la niña, comenzándola a cabalgar brutalmente mientras nuevas gotas de cera ardiente caían directamente sobre los tiernos pezoncillos de Natalia hasta cubrirlos totalmente.

Juan se dejó llevar y eyaculó en el interior de la joven.

¡Ufffff…..qué maravilla de follada! – jadeó mientras se retiraba del cuerpo de la pequeña.

Pero Natalia apenas tuvo reposo. Tomás ya estaba preparado para imitar a su compañero.

¡Sujétame la vela, Juan que voy a encularla mientras la quemamos el coñito!

¡Noooooooooooo……….! ¡Bastaaaaaaaaaaaa……..! – gritó Natalia con total desesperación.

Tomás se puso directamente el preservativo e introdujo su erecto pene a través del conducto anal de la niña.

¡Ya puedes darme la vela, Juan! –dijo Tomás tras meter casi la totalidad de su pene en el ano de la pequeña - ¡Ábrela tú el coño, por favor!

¡Nooooooooooooooooooooo………….!

Juan llevó sus dedos a los labios sexuales de Natalia y tiró de la piel hacia los lados hasta abrirlo de par en par.

Tomás observó satisfecho las ofrecidas interioridades justo debajo de su vela.

Por un momento, pensó que hace tan sólo unos días, Natalia le parecía un sueño irrealizable. Sin embargo, en este momento la estaba sodomizando, contemplando su sexo abierto y preparándose para torturarla cruelmente mientras la violaba sin que nadie ni nada pudiera impedírselo. ¡La vida era bella!

Con un leve movimiento, Tomás dejó caer el líquido ardiente, que aterrizó sobre el interior de uno de los labios menores

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh…..!

Satisfecho con el grito de dolor de su víctima, Tomás volvió a derramar una nueva porción de líquido, que cayó justo sobre el orificio uretral.

¡Uaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh………….!

¡Como se contrae su culito por el dolor! –exclamó Tomás extasiado- ¡Esto es un placer de dioses!

Juan mantuvo el sexo de la niña abierto de par en par mientras nuevas lacerantes gotas de líquido iban cayendo sobre la sensible carne sumiendo a Natalia en un infierno de dolor.

Tomás, sistemáticamente, fue dejando que la cera cayera sobre el interior de los labios, el meato urinario y la entrada vaginal, intentando no eyacular para prolongar todo lo posible la sádica violación.

Un grito quizás aún más penetrante salió de la garganta de Natalia. Una porción de cera había caído sobre el capuchón del clítoris. Tomás se deleitó con la expresión de dolor de la pequeña.

¡Juan, haz que sobresalga el clítoris!

Juan, disfrutando también a tope con la crueldad de su amigo, tiró con sus dedos de la piel adyacente hasta conseguir que el pequeño órgano quedara visible y vulnerable.

Tomás, recreándose a tope con el momento, mantuvo unos instantes la vela en posición vertical para conseguir una buena porción de líquido ardiente y procedió a verterlo justo sobre el desprotegido clítoris de su víctima.

¡Uaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh……..!

La excitación de Tomás llegó a su punto culminante y comenzó a eyacular largamente dentro del ano de la desdichada niña.