EN PODER DE LOS SÁDICOS [ part 2 ] Prisionera En El Sótano Tras un viaje sin novedades, llegaron al chalet de Juan. Los dos hombres vendaron los ojos de la niña y la trasladaron directamente al sótano, introduciéndola en la celda que tenían preparada para ella. Juan y Tomás procedieron a desatarla, quitarla la mordaza de la boca y la venda de los ojos. Como no querían que la niña viera todavía la cámara de torturas donde se encontraba, por fuera de la celda habían colocado unas cortinas que cubrían totalmente el resto de la siniestra habitación. Juan y Tomás hubieran deseado comenzar a divertirse con su presa inmediatamente, pero habían decidido dejar un tiempo de seguridad para asegurarse de que no había habido testigos que pudieran dar alguna pista sobre ellos. De hecho, estaban dispuestos a dejar pasar varios días, quizás hasta el fin de semana, antes de comenzar a abusar de la niña. En ese tiempo seguirían todas las informaciones a través de la televisión, la radio y los periódicos. Antes de actuar, querían estar absolutamente convencidos de que podían hacerlo despreocupadamente. Así, por lo pronto, intentaron tranquilizar a Natalia asegurándola que no la iban a hacer ningún daño, que habían pedido un rescate por ella y que, en cuanto sus padres se lo entregaran, la liberarían. Para que se entretuviera, la dieron libros, y revistas. Asimismo la dejaron un vater portátil para que hiciera sus necesidades. Por otro lado, con la excusa de mantener limpia la ropa que llevaba puesta, la pidieron que se pusiera otro juego de ropa que habían comprado, compuesto por un chándal y la ropa interior. Juan y Tomás la dejaron sola para que se cambiara tranquilamente. Natalia, con cierta aprensión, se puso la nueva ropa, agradeciendo que, en vez de falda, hubiera un pantalón de chándal. La nueva ropa le quedaba un poco grande, pero al menos era cómoda. Juan y Tomás se apoderaron de la ropa de Natalia y, saliendo del sótano, subieron a las dependencias del chalet. Siguiendo lo planeado, guardaron la ropa, sin casi tocarla, para su oportuna utilización posterior. Como la víctima estaba segura en el sótano insonorizado, Juan y Tomás abandonaron el chalet para acudir a sus trabajos como si nada hubiera pasado. Como ambos controlaban sus propias empresas, se comprometieron a arreglarlo todo para tener libres los cinco días laborables de la siguiente semana con el fin de poder disponer de nueve días seguidos para” dedicárselos” a Natalia. Asimismo, aprovecharon esos días de espera para adquirir algunos nuevos materiales con el fin de utilizarlos a lo largo de las distintas sesiones de tortura. Entre ellos destacaba una iguana de aspecto realmente fiero que Juan encontró en una tienda de animales. Los dos hombres quedaron encantados con la adquisición pues si la niña ya tenía horror a las lagartijas, ya se relamían imaginando su reacción ante la iguana. Tomás por su parte, consiguió comprar via internet algo que los dos sádicos habían estado buscando con ahínco y, hasta ahora, infructuosamente: Una sustancia inyectable que tenía como efecto mantener a las personas conscientes incluso en situaciones límites, como estados de extremo dolor. Juan y Tomás celebraron eufóricos esta última adquisición pues les permitiría prolongar los sufrimientos de su víctima durante mucho más tiempo y aumentar la intensidad de las torturas hasta cotas mucho más elevadas. En las informaciones del mediodía del Miércoles no salió la noticia del secuestro. En las de la noche, hubo tan solo un escueto comentario. Los periódicos del Jueves apenas recogieron el suceso, aunque la televisión sí dedicó unos instantes para decir, para satisfacción de los sádicos, que de momento, no había pistas en torno al caso. Por el momento, Juan y Tomás trataron a la niña con mucha cortesía, ocultando en todo momento sus verdaderas intenciones, alimentándola correctamente y facilitándola revistas y pasatiempos. Natalia ya había superado los primeros momentos de pánico y, viendo que sus secuestradores la trataban bien, se encontraba un poco más animada. Ahora el tiempo se le hacía eterno. Constantemente pedía a Dios que sus padres pagaran el rescate cuanto antes. Aunque no tenía ninguna verdadera razón para desconfiar, la forma en que esos hombres la miraban las escasas ocasiones en que entraban en la celda la hacía sentirse incómoda. Por su parte, Juan y Tomás, cada hora que pasaba, se iban sintiendo más y más seguros. Si alguien hubiera visto algo en relación con el coche, la policía ya hubiera llamado a la casa de Juan. La tarde del Jueves sopesaron la posibilidad de comenzar a divertirse con su presa esa misma noche. Al final, no sin realizar un gran esfuerzo, decidieron esperar un día más. Las informaciones de prensa y televisión del Viernes fueron igual de inconcretas. Tan sólo aportaron que la policía estaba investigando en los círculos próximos de la niña. Los sádicos acabaron de decidirse: Esa misma noche comenzaría la diversión. |