email
Published: 13-Apr-2013
Word Count:
Author's Profile
No hace mucho tiempo, a través de una página de contactos en Internet, especializada en contactos bdsm, conocí a una mujer cuyo anuncio me llamó poderosamente la atención: "Sumisa joven, casada, masoquista. Mi marido me ofrece a hombres sádicos para mi entrenamiento y castigo".
Omitiré más detalles, pero su perfil me gustó desde el primer momento y decidí escribirle.
Después de intercambiar varios correos acordamos una cita para conocernos. El marido también estaría presente, para darle una mayor confianza. Quedamos en un lugar discreto y charlamos largo rato.
Me causaron desde el principio muy buena impresión. Era un matrimonio educado, agradable y bien parecido, aunque aparentemente desigual: ella una mujer de unos 40 años, muy atractiva; él mucho mayor que ella, seguramente pasaba ampliamente los 60, pero alto, delgado y de aspecto distinguido.
A pesar de la diferencia de edad, parecían muy compenetrados. María, que así se llamaba la esposa, bromeaba diciendo que desde que era una niña se había sentido atraída por los hombres mayores y dominantes. Desde que tuvo uso de razón se excitaba pensando en ser castigada, y con el tiempo se había convertido en una auténtica masoquista que solo disfruta con duros castigos, y cada vez quiere más. Su marido, Pedro, aunque jugaba el papel de dominante, le gustaba el sado algo más ligero.
Obviamente, su entrega no era totalmente desinteresada, y en esto fueron claros desde el primer momento. Existía también un interés económico, aunque a María le encantaba sentirse una puta en manos de otro hombre.
Me pareció bien el acuerdo. Ella era una mujer muy hermosa, y estaba deseando comprobar lo sumisa que era... y doy fe de que no me iba a defraudar.
Tuvimos un primer encuentro íntimo, luego otro... María se comportaba como una auténtica gatita sumisa... más cariñosa cuanto más castigo recibía. No solo se dejaba hacer, sino que se entregaba por completo, se ofrecía... sus miradas, sus quejidos confundidos con jadeos, su actitud invitaba a zurrarle con dureza... incluso a ser cruel.
Nuestras citas se hicieron habituales, y con el tiempo, al margen del aspecto sexual, llegamos a tener una buena amistad. Y no solo con ella, sino también con su marido.
Con frecuencia quedamos para cenar o tomar unas copas, o simplemente para charlar. Como dije al principio, era una pareja educada y culta, y siempre era un placer debatir cualquier tema.
En una ocasión me hablaron del lugar donde pasaban las vacaciones. Solían alquilar una casita en un lugar tranquilo, soleado, con piscina, cerca de una bonita playa y rodeada de naturaleza. Siguieron contándome las bondades del lugar: excursiones, actividades... hasta convencerme para pasar con ellos el mes de vacaciones. A fin de cuentas, aunque yo no tenía problemas económicos, compartir los gastos nos permitía ahorrar un dinerillo, y estaba seguro de que me lo pasaría bien.
Yo viajé unos días más tarde que ellos. Cuando llegué me encontré un lugar realmente paradisíaco, tal como me lo habían descrito. Me sentía feliz de haber venido, pero la mejor sorpresa todavía estaba por llegar: María tenía una preciosa hija, de 12 años; morenita, pequeña de estatura y delgada, pero con unas bonitas formas a pesar de su edad. Vestía una camiseta y un pantalón corto que dejaba ver unas preciosas piernas bien torneadas. Aunque su pecho todavía era plano, se notaban ya los pezones apuntando bajo la fina tela de la camiseta.
Al entrar en la casa me recibió María:
-Hola Alex, bienvenido... oh... esta es Laura, mi hija... bueno... más bien un pequeño diablo que vive conmigo, jeje.
-Hola Laura, encantado de conocerte
-Hola Alex, contestó Laura, al tiempo que se acercaba para darme dos besos.
-Vaya María, que callado te lo tenías. No me habías dicho que tenías una hija tan guapa.
Laura sonrió, mientras su madre protestaba
-Oh... no le des coba o acabará creyéndoselo.
Pronto me di cuenta de que Laura, además de hermosa, era una niña simpática, alegre, obediente y muy cariñosa. Enseguida cogió confianza, y como yo le hacía caso y le seguía en todos sus juegos, se pasaba casi todo el día conmigo, jugando, en la piscina, en la playa, corriendo en el campo, fingiendo luchar conmigo...
En sus juegos no evitaba el contacto físico, como si fuera una niña inocente de menor edad. Más bien parecía que lo buscara. Incluso le gustaba jugar al caballito, poniéndose a horcajadas sobre mis piernas, lo que me provocaba una tremenda excitación, que parecía no notar... o al menos no importarle.
Pero en lo que aun parecía más inocente era en su forma de vestir; siempre con ropa ligera, sin importarle mostrar sus encantos. Incluso, como su pecho todavía era casi plano, casi siempre en la piscina y frecuentemente dentro de casa, permanecía en top-less, con una minúscula braguita que apenas le cubría su infantil coñito, y mostrando sin ningún pudor sus bonitos pezones.
Un día estaba en la piscina, tomando el sol y fingiendo leer un libro, aunque en realidad no podía quitarle el ojo a la niña. Ella jugaba despreocupadamente, mientras yo la miraba con disimulo... o al menos eso creía. Silenciosamente se acercó María y se sentó a mi lado.
-Es hermosa, ¿verdad?
-Ummm... ya lo creo, contesté un poco ruborizado. Creo que es la niña más hermosa que he visto.
-Oh, si... creo que salió a la madre, sentenció María riéndose. ¿Te gustaría follarla?
A pesar de que ya tenía bastante confianza me sentí un poco avergonzado
-¿Estás loca?... todavía es una niña
-¿Pero te gustaría?, continuó María.
Traté de quitarle importancia al asunto y tomarlo como una broma
-Bueno... la verdad es que ya es toda una mujercita, jaja
-Ya lo creo que lo es. A su edad a mi ya me gustaban los hombres... sobre todo los hombres mayores, jaja... y creo que tu también le gustas a ella... ¿por qué ponerle barreras a la naturaleza?, ¿no crees?
-¿Dejarías que follara con un hombre como yo?
-Te seré sincero. Laura ya no es tan inocente como aparenta. Desde hace tiempo la "alquilamos" a hombres para que "jueguen" con ella... aunque de momento sin follarla. Ya sabes, deja que la desnuden, que la toquen, los masturba, se la chupa... y pueden correrse donde quieran. A muchos hombres les gustan estas cosas.
Pero tu caso es distinto. Tú le gustas, y se entiende muy bien contigo. De hecho, me dijo que había sentido algo especial desde el primer momento en que te vio. Así que creo que serías la persona ideal para hacerle perder su virginidad.
Me sentí bastante confuso, y no supe muy bien que responder, pero María continuó, casi sin darme tiempo a balbucear un "¿hablas en serio?"
-Por supuesto. Además Laura es una niña muy sumisa, y creo que es hora de que alguien con experiencia le enseñe a ser una buena esclava.
Con una mirada pícara y una sonrisa de oreja a oreja, María se levantó y dio unos pasos hacia la casa, aunque pronto se volvió hacia mí, de nuevo
-Ah, por cierto... ¿sabes que me dijo Laura anoche?... que le gustaría hacerlo contigo sin cobrarte... jajaja... creo que está enamorada
Volvió de nuevo sus pasos hacia la casa, y yo me quedé mirando a Laura, confuso pero tremendamente excitado, pensando en lo que acababa de decirme su madre.
El día transcurrió sin mayor novedad, aunque no pude quitarme de la cabeza la idea de follar al pequeño angelito.
Por la noche, mientras veíamos la tele, Laura se sentó a mi lado y apoyó su hermosa cabeza en mi pecho. La rodeé con mi brazo y acaricié su pelo y su cuello por un buen rato. Cuando terminó el programa nos deseamos buenas noches y cada uno nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones.
En la cama, daba vueltas sin poder conciliar el sueño. Aunque lo intentaba, no podía sacarme de la cabeza a mi hermosa nenita. Soñaba despierto con ella a mi lado, aunque a veces no podía evitar compadecerla cuando la imaginaba en manos de otros hombres; hombres seguramente de aspecto repugnante que la manoseaban sin ninguna sensibilidad, y llenaban su cuerpo de babas y semen asqueroso. Pero paradójicamente este pensamiento en lugar de causarme rechazo me excitaba todavía más.
Todavía no habría pasado media hora cuando oí que llamaban en la puerta de mi cuarto.
-Toc, toc,... soy Laura... ¿estás dormido?
Me levanté a toda prisa para abrir la puerta
-Hola Laura, ¿qué haces aquí?
-No podía dormir... ¿me dejas dormir contigo?
Estaba descalza. Vestía una finísima camiseta de tirantes que le llegaba hasta el ombligo y una minúscula braguita blanca, casi transparente. La hice pasar a la habitación y cerré la puerta. Nos sentamos en la cama y acaricié tiernamente su bonito rostro.
-¿Sabes Laura?, yo tampoco podía dormir... precisamente estaba pensando en ti.
Dulcemente apoyó su cabeza en mi hombro. La tumbé en la cama y comencé a acariciar todo su cuerpo muy suavemente. Al pasar mis dedos sobre su pecho, aun por encima de la camiseta, noté que sus pezones se endurecían. Me paré unos instantes acariciándolos, luego metí la mano por debajo de la tela para juguetear con ellos directamente.
Por un momento hizo un mohín de tristeza, tratando de disculparse
-Uh, lo siento... todavía no tengo tetas
No pude evitar una sonrisa. Quité completamente su camiseta y comencé a besarle los pezones, succionarlos y acariciarlos con la lengua. Se pusieron todavía más duros, como auténticos pitones, y noté como su respiración se hacía más profunda, no pudiendo evitar algún suspiro de satisfacción.
-Son las tetitas más bonitas que nunca he visto. No importa que sean pequeñas... pezoncitos son hermosos como dos diamantes.
-¿Te gustan?... son tuyas
Besé su cuello, y luego su boca. Sus labios eran el manjar más sabroso y tierno que un hombre pueda imaginar. Su dulzura me hacía imaginar por momentos que estaba con un ángel del cielo. Llegué incluso a dudar de que tuviera sexo.
Bajé mi mano, recorriendo todo su cuerpo, hasta acariciar sus muslos. Luego, poco a poco, sin prisa, llegué hasta su pequeña braguita. Me di cuenta de que estaba mojada, y su infantil rajita se marcaba perfectamente bajo la tela. Yo seguía sin apresurarme, acariciando por encima de la braga, bajando a veces a sus muslos, y luego de vuelta a su coñito.
Laurita tenía las piernas separadas. Cerró los ojos y empezó a jadear, cada vez con más fuerza. Aparté las braguitas y pasé mis dedos directamente sobre su coño. Era un coñito totalmente infantil, liso y suave, sin un indicio siquiera de pelusa. Sus labios internos todavía no estaban desarrollados, aunque podía notar claramente su clítoris.
Deslicé un dedo dentro de su virginal vagina. Estaba totalmente húmeda y entró sin dificultad. Masajeé suavemente el interior de su vientre mientras volvía a besar su boca y nuestras lenguas se enroscaban apasionadamente. Laurita comenzó a agitarse y convulsionarse mientras gemía con delicada voz infantil y se abrazaba fuertemente a mi cuello tratando de fundir su cuerpo con el mío.
Me di cuenta de que se estaba corriendo y empecé a mover el dedo con más fuerza, tratando de prolongar un orgasmo que duró varios minutos.
Se quedó un rato callada, apoyando su cabeza en mi pecho.
-¿Te ha gustado?, pregunté
-Nunca me habían acariciado así... no se lo que me pasó... lo siento
-Es normal. No es nada malo.
-Mi mamá me dijo que nunca debo correrme sin el permiso de mi amo... supongo que merezco un castigo.
-¿Ah, si?... ¿y que más te dice tu mamá?
-Pueeesss... me mandó que te dijera que había sido una niña muy mala y que merecía una buena zurra
-Ummm... ¿y eso es verdad?
Movió la cabeza a los lados
-No... soy una niña muuuuy buena, respondió con una sonrisa pícara... ..., ¿te gustaría pegarme?
No supe que contestar, y por unos momentos permanecí en silencio. Ella cogió mi polla y empezó a masturbarme
-Yo he disfrutado mucho, continuó... ahora tienes derecho a disfrutar tu... puedes hacerme todo lo que quieras
-¿Incluso pegarte?
Asintió con la cabeza
-¿Aunque seas una niña buena?
-Soy una niña buena, pero quiero ser tu esclava... y mamá dice que te gusta torturar a las chicas
-Si..., pero tu aun eres una niña..., y no se si estarás preparada...
-Quiero que me des una buena paliza, para demostrarte lo buena esclava que soy
La puse boca abajo en la cama y comencé a azotarle el culo con la mano. Era un culito suave y duro, y el tacto de la mano al azotarlo era una sensación maravillosa. Empecé suave, intercalando azotes y caricias. Luego, cada vez más fuerte y más continuo, hasta golpearla realmente fuerte, y no solo en las nalgas, sino también en la parte posterior de los muslos. Laurita lanzaba débiles quejidos, pero en ningún momento intentaba eludir los golpes, sino que más bien parecía levantar su precioso culito para facilitar el castigo.
Me sentía en el cielo azotando el precioso culito de mi pequeña esclava, viendo como se enrojecía, y oyendo sus mimosos quejidos. Pero después de un rato decidí pasar a algo más serio: la hice levantar y la llevé hacia la pared, donde había una alcayata como para sujetar un cuadro grande. Cogí una cuerda, le até las manos y luego la sujeté en la alcayata, tensando la cuerda lo suficiente para hacer que se apoyara en el suelo solo sobre las puntas de los pies. La puse cara a la pared y le ordené separar las piernas. Al estar de puntillas, sus piernas lucían aun más bonitas. Me quedé mirándola por unos instantes: sus preciosas piernas separadas, sus muslos y culo enrojecidos, su torso delgado y fina cintura, y su cabeza ligeramente reclinada sobre un hombro... era una escena realmente inenarrable.
Tomé mi cinturón de cuero y enrolle un extremo en mi mano. Me acerqué y empecé a azotarla como si se tratara de un látigo: primero en el culo y los muslos, previamente enrojecidos por la azotaina; después en la espalda. Golpeé con fuerza, sin tener en cuenta la corta edad de la niña. Pronto, toda su parte posterior se llenó de profundos cardenales rojos.
Estaba tan excitado que no se el tiempo que estuve golpeando, pero debió ser más de un cuarto de hora.
Laura soportaba estoicamente el castigo, sin moverse, sin pedir clemencia. De su boca solo salían débiles quejidos cada vez que la correa impactaba en su delicada piel.
Dejé el cinturón y me acerqué para acariciar su maltrecha espalda. Volvió su cabeza hacia mí para besarme y pude darme cuenta de que su rostro estaba completamente cubierto de lágrimas. Sin embargo en su mirada no había un asomo de reproche, y su beso era dulce, sincero, casi como si me agradeciera el castigo recibido.
Acaricié su pecho y jugueteé con sus tiernos pezones, que de inmediato respondieron al estímulo, endureciéndose como piedras. Laurita se giró para ponerse de frente.
-¿Vas a azotarme las tetas?, preguntó adelantando el pecho, en una actitud oferente.
-No cariño... creo que por hoy es suficiente
La desaté para llevarla a la cama, pero en lugar te acostarse me pidió que me sentara en ella. Entonces se arrodilló delante de mí y comenzó a chuparme la polla con una maestría que muchas putas expertas desearían. ¡Ufff... no me imaginaba que una niña tan pequeña pudiera metérsela tan adentro!
Después de un rato, cuando estaba a punto de explotar, la hice acostar en la cama y la besé en la boca
-Quiero correrme en tu coñito virginal... te dolerá un poco
-Si mi Amo... rómpeme el coño sin importarte mi dolor... quiero sufrir para que tú goces...
Fue una noche fantástica. Follé a Laurita varias veces, y me corrí en todos sus agujeros. Nunca había estado con una niña tan sumisa y tan dulce.
No será la última vez. Hoy la espero de nuevo. Estoy ansioso por tenerla en mis brazos... por mimarla y torturarla. Pero tengo dudas: no se si azotarla en las tetas y en el coño, o tal vez sea todavía demasiado pequeña para un castigo tan duro.
The reviewing period for this story has ended. |