Sonia

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Published: 23-Feb-2012

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Disclaimer
Historia inventada, sin ninguna relación con la realidad. Solo cabe en el mundo de la imaginación. El autor rechaza y condena firmemente cualquier tipo de abuso real a menores.

Hace no mucho tiempo, en el bar donde acostumbro a tomar café por las tardes, comenzó a trabajar una nueva camarera. Eva era una chica joven, de unos 30 años, de mediana estatura, rubia, y bastante atractiva. Consciente de ello, solía vestir de forma algo provocativa, y era obvio que le gustaba que los hombres la miraran.

A la hora que yo iba por el bar casi siempre estaba vacío, y no fue difícil entablar conversación.

La verdad es que no me gusta molestar a las camareras, que están haciendo su trabajo y no tienen por qué aguantar a pesados tirándole los tejos, por lo que las conversaciones fueron siempre al principio absolutamente neutras. Pero dado que la chica era muy extrovertida y, no solo daba pie a una mayor familiaridad, sino que frecuentemente tomaba ella la iniciativa, la relación fue cada vez de mayor confianza, hasta que la invité a quedar fuera del bar, al terminar su trabajo.

Fue una noche fantástica y, como era de esperar, acabamos en mi casa haciendo el amor como locos.

Era una joven muy liberal, tal vez excesivamente liberal para mi gusto. Quedamos más veces para salir, y siempre acabábamos en mi casa, pero acordamos que la nuestra sería una relación exclusivamente de amistad, sin compromiso por ninguna de las partes, y que ambos seríamos libres en nuestras respectivas relaciones.

Pero en aquel momento ninguno de los dos tenía pareja, y nuestros encuentros se hicieron cada vez más frecuentes. Prácticamente nos veíamos todos los fines de semana cuando ella salía del trabajo.

En una ocasión, a causa de una mancha en el pantalón, tuve que llevarla a casa a media tarde para cambiarse de ropa. Cuando entré en la salita me encontré con una niña de unos 9 años que estaba viendo la tele. Era una niña muy menuda; delgada y bajita, pero con el rostro más hermoso que había visto nunca. Rubita, con unos ojos grandes y claros, nariz pequeña y labios perfectos. Toda ella parecía irradiar ternura e inocencia. Rápidamente se puso en pie para saludar a su madre:

-Hola mamá... ¡qué pronto has venido hoy!

Por toda respuesta, su madre le contestó con un grito.

-¡QUÉ HACES VIENDO LA TELE! ¡DEBERÍAS ESTAR EN TU CUARTO ESTUDIANDO!

-Si mamá.

La pequeña se dirigía hacia su habitación, cuando de nuevo Eva gritó

-¡QUIÉN TE HA ENSEÑADO EDUCACIÓN! ¡SALUDA A ALEX! ¡ES MI AMIGO!

Obediente, la niña se acercó para darme un beso en la mejilla.

-Hola Alex, susurró.

-Este "bicho" es Sonia, añadió Eva... No se que hacer con ella.

Naturalmente, lo interpreté como una broma.

-Es una niña muy guapa, afirmé.

Sonia me miró, casi diría que agradecida por el cumplido, pero pronto su madre interrumpió.

-¿¿¿guapa???... umm... no tienes que ser amable con ella... no se lo merece.

Bajando la cabeza, Sonia se dirigió a su cuarto y cerró la puerta.

-Nunca me habías dicho que tenías una hija.

-No me lo recuerdes... ha sido un accidente, y no estoy nada orgullosa de ella

La verdad es que no sabía si hablaba en serio o me estaba tomando el pelo, pero no era posible que hablara así de su hija, así que me quedé con la segunda opción y no le di más importancia al asunto, aunque he de reconocer que me extrañaba que con tanta frecuencia pasara el día y la noche fuera de casa, dejando sola a una niña tan pequeña.

En las semanas sucesivas le dije a Eva que cuando ella librara del trabajo podríamos salir algún día con Sonia; llevarla al cine, al parque, etc. Eva se mostraba siempre reticente, pero insistí y al final viniera con nosotros algunos días. Fuimos al cine, a merendar, al parque de atracciones... También empecé a ir más a menudo por su casa, y casi siempre nos quedábamos a dormir allí, en lugar de ir a mi piso. Al principio me sorprendió la timidez y prudencia de Sonia, impropias de una niña de su edad. Luego me di cuenta de que la realidad era que su madre no la quería en absoluto. Lo que me había dicho el primer día no era broma. Cada vez que la niña abría la boca su madre la descalificaba y la hacía callar. Le reñía constantemente por el motivo más nimio, la descalificaba y la humillaba continuamente haciéndole notar su torpeza, inutilidad e incluso fealdad. Me di cuenta de que la pobre criatura vivía acomplejada e infeliz, no sintiéndose querida, y creo que incluso llegaba a odiarse a si misma.

Pero no acababan ahí las desgracias de la hermosa niña. Su madre la obligaba a hacer todo el trabajo de la casa. Debía limpiar, lavar y planchar la ropa, hacer la compra... En una ocasión la vi llegar a casa cargada con unas bolsas de la compra debían pesar más que ella, y su madre aun la regañaba porque faltaban cosas.

Cuando terminaba su labor y se ponía a estudiar estaba demasiado cansada, y lógicamente su rendimiento escolar era bajo, lo que la hacía sentirse todavía más acomplejada.

Cuando le señalé a Eva que todo ese trabajo no era propio para una niña de tan corta edad, se puso como una fiera, diciéndome que ella trabajaba muy duro en el bar, y que no lo iba a hacer todo ella. Que Sonia ya tenía edad para ir sabiendo lo que es la vida y que debía acostumbrarse a trabajar. Tuvimos una discusión bastante fuerte ese día, pero al fin y al cabo ella era la madre y la educación de su hija era un asunto en el que yo no tenía nada que decir.

También trataba de defender a la pequeña siempre que su madre la humillaba en mi presencia (con gran enfado de Eva, por cierto), pero sabía que yo no podía estar siempre ahí, y que en mi ausencia las reprimendas serían todavía mayores.

A pesar de la inutilidad de mis esfuerzos, la mirada de Sonia mostraba agradecimiento. Poco a poco fue cogiendo confianza conmigo, y, como todas las personas tímidas, cuando cogen confianza con alguien le abren completamente su corazón, y la infeliz chiquilla estaba deseando abrirle el suyo a alguien que le ofreciera amistad y cariño.

En presencia de su madre se mostraba un poco más reservada, pero cuando se quedaba sola conmigo se transformaba en una niña más alegre y juguetona. Yo, por mi parte, siempre trataba de jugar un rato con ella y de ayudarle a hacer los deberes, aunque a Eva no le gustara nada.

Mi relación con Eva se fue enfriando. Cada vez me apetecía menos estar con ella. Pero me había obsesionado con la pequeña Sonia. No había nada sexual en esta obsesión, pero deseaba verla, y era feliz cuando estaba con ella, cuando conseguía arrancarle una sonrisa y cuando veía un brillo de alegría en sus hermosos ojos. En realidad creo que solo seguía con Eva para poder seguir viendo a mi hermoso angelito.

Sin embargo, mis discusiones con Eva eran cada vez más frecuentes, y casi siempre a causa del trato que daba a la pequeña. En una ocasión me dijo que estaba harta de mí y de la niña, y que si tanto la quería podía quedarme con ella. Que su hija le había arruinado la vida y que si no fuera por ella hacía tiempo que habría "volado" a vivir otra vida, y que estaría con alguien mucho más interesante que yo.

La pobre Sonia, que absolutamente acobardada presenciaba la discusión, salió corriendo hacia su cuarto, con lágrimas en los ojos, cerrando bruscamente la puerta tras de sí.

Ya solos, seguí discutiendo con Eva. Le dije que en lo que a mi respecta, me importaba un bledo que se fuera donde quisiera o con quién quisiera, pero que era despreciable que tratara así a su propia hija, que valía bastante más que ella, y que desde luego que no me importaría quedarme con la niña si fuera necesario, y que a buen seguro la cuidaría mucho mejor que ella.

Me fui a mi casa realmente enojado, y decidido a no volver a hablar con ella. De hecho no volví a verla ni a llamarla, aunque he de reconocer que con mucha frecuencia pensaba en la dulce Sonia. Me atormentaba pensando en las humillaciones que estaría sufriendo por parte de quien más debería quererla, y deseaba fervientemente poder abrazarla y llevarle algo de alegría a su triste vida.

De todas formas, a pesar del "envido" que había utilizado con Eva, cuando le dije que no me importaría quedarme con la niña, en realidad no era más que un recurso dialéctico, y en realidad nunca pensé que ella fuera a deshacerse de la niña. Sabía perfectamente que una cosa es que una madre diga que está harta de su hija, y otra muy distinta que, llegado el momento de la verdad, decida deshacerse de ella.

Pasadas varias semanas recibí una llamada de Eva. Con voz tranquila, e incluso dulce, me dijo que había estado pensando en nuestra última discusión y que quería hablar conmigo.

Supuse que había reflexionado y que estaba arrepentida de las barbaridades que había dicho, y que quería reconciliarse conmigo, así que quedamos para tomar un café.

Sin embargo, la encontré fría y distante, y, casi sin preámbulos, me espetó que había hablado con un antiguo amigo del que siempre estuvo enamorada, y que le gustaría irse con él, pero que éste vivía en otra ciudad, que no sabía que tenía una hija, y que estaba segura de que no la aceptaría si lo supiera.

Por un instante me quedé en silencio, atónito, casi sin creerme lo que estaba a punto de pedirme. La miré a los ojos, esperando que continuara.

Me preguntó si hablaba en serio cuando le dije que me quedaría con la niña si fuera necesario.

-¡¡¡Estás loca!!!, exclamé.

Se levantó de repente.

-Sabía que no podía contar contigo, murmuró mientras hacía intención de marcharse.

Antes de que se marchara la cogí por el brazo y la hice sentarse de nuevo.

-¿Estás segura de lo que dices? ¿Lo has pensado bien?

-Por supuesto que lo he pensado. Odio a esa niña desde que nació. Me arruinó la vida y deseo verla muerta.

-Está bien, yo la cuidaré... Pero hay algunos problemas que no podemos olvidar. Legalmente tú tienes la patria potestad, y no puedes renunciar a ella. Necesitará tu autorización y tu firma en muchos documentos, tanto del colegio, médicos o de cualquier otra actividad, por tanto deberás estar siempre localizable, al menos hasta que alcance la mayoría de edad... También deberás dejarme un documento firmado manifestando que, por no poder cuidar de ella, la dejas bajo mi custodia. Obviamente, este documento no tiene valor legal, pero me servirá en caso de que en el futuro pretendas emprender cualquier acción contra mí.

Estuvo de acuerdo en todo.

-No te preocupes, dijo, lo único que quiero es perderla de vista. Firmaré lo que quieras, y cuando necesites cualquier autorización solo tienes que llamarme.

Al día siguiente se presentó en mi casa con la niña. Sonia llevaba un pequeño bolso con algunas ropas y sus objetos personales. Su bello rostro estaba más triste de lo que lo había visto nunca, y sus ojos, hinchados y todavía húmedos, reflejaban claramente que había estado toda la noche llorando. Con un beso que me pareció el de Judas, se despidió de ella y desapareció.

Durante algunos días, Sonia se mostraba enormemente triste y silenciosa, y con frecuencia se refugiaba en su cuarto y, a pesar de que cerraba la puerta, claramente se le oía llorar desde mi habitación.

Traté de no intentar consolarla. Sabía que era algo que tenía que pasar por ella misma, y que era necesario respetar su intimidad y dejar que se desahogase.

Cuando salía, trataba de hablarle de otros temas, de jugar con ella o ayudarla a estudiar. También le compré algunas muñecas y le ayudé a decorar su cuarto a su gusto.

Poco a poco fue recuperando su alegría, sus ganas de jugar y de reír, y cada vez se mostraba más cariñosa conmigo, e incluso diría que coqueta.

Sin embargo, con frecuencia la encontraba algo triste y reservada. Un día le pregunté si todavía echaba de menos a su madre.

-¿¿¿A mi madre???... Nooooooo.... Estoy muy feliz de que se haya ido esa bruja... y espero que no vuelva nunca... Es solo que....

-¿Qué?

-Que siempre soy una carga para todo el mundo... primero para mi madre, y ahora para ti.

-No cariño... no eres una carga para mí. En realidad eres una bendición. Desde que has llegado has llenado mi vida de alegría. Créeme, me das tu mucho más de lo que yo te doy.

Se abrazó a mí y me apretó con todas sus fuerzas, y permaneció así por unos quince minutos. Pude ver como sus ojos se llenaban de lágrimas, y tal vez de los míos también brotara alguna sin permiso.

Después de unos meses ya se había adaptado perfectamente a su nuevo hogar... y a su nuevo "padre". Había cumplido 11 años y cada vez se estaba poniendo más guapa. Seguía siendo muy pequeñita y menuda, pero su culito estaba tomando forma y sus piernas firmes (aunque delgadas) y perfectamente torneadas.

Aunque a la calle solía salir con pantalones, o con el uniforme del cole, en casa le gustaba estar con falditas muy cortas y calcetines, o a veces con camisetas largas que le cubrían hasta justo por debajo del culito, pero dejaban al descubierto sus bonitas piernas.

A pesar de que ya tenía edad para ducharse sola, siempre me pedía que la ayudara a bañarse. He de confesar que esto me excitaba enormemente, pues tenía un cuerpo precioso, y sobre su pecho, aunque todavía plano, ya resaltaban unos hermosos pezones que empezaban a anunciar el próximo fin de la infancia. Llenaba la bañera con agua caliente, le lavaba el pelo y le daba jabón en la espalda. Luego, a pesar de que perfectamente podía darse jabón ella misma en el resto del cuerpo, se volvía hacia mí y me miraba tiernamente, para que siguiera jabonándola en su parte delantera y en las piernas, e incluso las separaba para que le limpiara suavemente la entrepierna. Al frotarle el pecho, y pasarle la mano enjabonada sobre los pezones, notaba que se endurecían como si fueran almendras, y al pasársela entre las piernas, cerraba los ojos y parecía disfrutar del masaje.

Frecuentemente, cuando me veía en el sofá leyendo o viendo la tele, o escuchando música, se sentaba a mi lado y apoyaba su cabeza sobre mi pecho para que la abrazara, y así podía pasarse largos ratos. Después se ponía a jugar con mi pelo, o con mi nariz, o a darme un masaje... Cuando se movía, despreocupadamente, no era raro que se le subiese la falda o la camiseta, y me mostrara "sin querer" sus braguitas ajustadas y su hermoso culito, y como casi siempre acababa colocándose a caballito encima de mis piernas, yo no podía evitar tener una tremenda erección, aunque esto parecía no importarle. Incluso diría que le divertía, ya que el pequeño diablillo siempre se las arreglaba para sentarse, con las piernas abiertas, justo encima de mi polla.

Otras veces saltaba encima de mí y me retaba una pelea. Luchaba con todas sus fuerzas, hasta quedar agotada, y yo fingía que me costaba trabajo dominarla, aunque finalmente acababa inmovilizándola. Le sujetaba los brazos con una sola de mis manos, y las piernas con mi cuerpo, quedándome una mano libre para hacerle cosquillas o fingir que le pegaba.

Creo que disfrutaba cuando se sentía inmovilizada, inerme, a mi merced, y que incluso le gustaba cuando le hacía daño al sujetarla o cuando la forzaba en alguna posición incomoda o dolorosa.

Un día, después de una de estas "peleas", cuando estaba totalmente inmovilizada, indefensa y agotada por el esfuerzo, todavía medio jadeando y con esa mirada tierna que ponía cuando quería inspirar compasión, dijo en voz muy baja.

-Está bien, me rindo... ahora soy tu esclava.

-¿Ah, si?... ¿me prometes que no te vas a rebelar?... ¿serás mi esclava aunque te suelte?

Asintió con la cabeza, manteniendo sus bonitos ojos clavados en los míos.

La solté y me quedé mirándola por un momento, mientras le acariciaba el pelo. Permaneció inmóvil, sonriendo, con los brazos por encima de su cabeza, como si estuviera atada. Con la lucha se le había subido la camiseta hasta más arriba del ombligo. Sus piernas estaban separadas, y sin ningún pudor enseñaba su barriguita y unas bragas blancas muy finas, casi transparentes y ajustadas, bajo las que se marcaba nítidamente su pequeña rajita.

Jugueteé unos instantes con su ombligo...

-¿Y ahora qué?, pregunté.

-Ahora puedes hacerme lo que quieras, respondió con su dulce voz.

No se si no entendí o no quise entender lo que quería decirme, pero de repente me sentí turbado, pero a pesar de mi gran excitación intenté disimularla lo mejor que pude, y poniendo gesto serio solo se me ocurrió decirle.

-Pues ahora debería darte unos azotes en el culo por haberme desafiado.

No lo podía creer cuando sumisamente se colocó sobre mis rodillas con el culo en pompa. Tenía ante mí el culo más bonito y tierno que nunca había visto. Un culito pequeño pero ya con forma, y duro como corresponde a una niña que le gustaba correr y hacer deporte.

-Bueno, creo que me lo merezco.

Le di tres o cuatro azotes muy suaves, solo rozándole el culo, como un juego, y desde luego, sin hacerle ningún daño. Luego le acaricié ligeramente los muslos.

Ya eran las diez de la noche, y aunque estoy seguro de que había notado mi fuerte erección presionando sobre su vientre, traté de ponerme muy digno, la ayudé a levantarse y la mandé a la cama.

Con una sonrisa pícara me dio un beso en la cara, se despidió y se dirigió obediente a su cuarto.

Yo me quedé un rato leyendo, y después de una hora, aproximadamente, me fui también a dormir.

A media noche oí que se abría la puerta de mi habitación, y una pequeña sombra se acercaba a mi cama. Encendí la luz de la lámpara que había sobre la mesilla y ví a mi querida niña mirándome en silencio.

-Hola mi amor... ¿qué haces aquí?

-No puedo dormir.

-¿Te encuentras mal?

-Noo.

-¿Te preocupa algo?

Negó con la cabeza.

-Es solo que no puedo dormir... ¿me dejas acostarme contigo?

Separé las sábanas, invitándola a meterse en la cama, y rápidamente, con gesto de satisfacción se acurrucó a mi lado. Jugueteamos un rato, nos reímos y acabó abrazándose a mi cuello, apretándose muy fuerte contra mi cuerpo, con las caras pegadas, tocando mi nariz con la suya. Nuestros labios estaban a escasos centímetros, y podía respirar su dulce y algo acelerado aliento.

-¿No le vas a contar a papá lo que te pasa?, insistí.

-Es queeee... es que... estaba en la cama pensando en... bueno... antes, cuando me diste unos azotes en el culo... bueno... pensaba si algún día me pegas de verdad...

-¿Tienes miedo a que te pegue?

-Noooo... solo que a veces sueño que tu... ummm... ¿crees que soy buena?

-Si cariño, eres una niña muy buena.

-A veces sueño que aunque soy buena tú te enfadas conmigo y me pegas de verdad y....

-¿Y te pego fuerte?

-Muy fuerte, y con una correa.

-¿Hasta hacerte llorar?

-Sueño que estoy llorando, pero tú me sigues pegando.

-¿Y te gusta cuando lo hago?

Asintió con la cabeza.

Acaricié su espalda, y lentamente bajé la mano hasta su culito. Pasé la mano por encima del pijama, acariciando también sus muslos, antes de darle dos ligeras palmaditas en el trasero.

-Bien mi amor. Creo que ha llegado la hora de que te de una buena zurra... pero esta va a ser de verdad... y te aseguro que te va a doler... y no me detendré aunque me supliques que pare. ¿Estás dispuesta?

-Si papá.

-Bien... para que los azotes sean más efectivos deberás quitarte el pantalón del pijama.

Sin rechistar se quitó el pantaloncito, ofreciendo su bonito culo y sus muslos, ahora sin ninguna protección.

La puse boca a bajo y le coloqué un cojín bajo la pelvis para que el culo quedase ligeramente elevado y comencé a azotarla con la mano abierta, esta vez en serio, como si se tratase de un auténtico castigo. Un castigo que para nada se merecía la inocente criatura. Con los primeros azotes, ningún lamento ni queja salió de la boca de la dulce Sonia.

A pesar del amor que sentía por mi nenita, la situación me excitaba enormemente. Siempre había sentido una fuerte tendencia sádica, y el hecho de tener a mi disposición a una criatura tan hermosa, dulce e inocente me hacía sentir en el paraíso. Poco a poco fui aumentando la intensidad y frecuencia de los golpes. Le hice separar las piernas para poder azotarla también en el interior de los muslos, sin que ofreciera resistencia alguna.

Con el incremento de la fuerza de los azotes Sonia empezó a emitir suaves gemidos, que no hacían más que aumentar mi excitación. Pasados unos instantes, estaba golpeándola ya a plena potencia, como si se tratase de una sumisa adulta y bien experimentada. Ahora Sonia sí gemía, e incluso gritaba con cada azote, pero en ningún caso trataba de cubrirse o evitar los golpes.

PLAS, AAAAAAH!... PLAS, AAAAAAY!... PLAS, AAAAAAAAY! ..............

Ahora el culito y los muslos de la niña estaban completamente rojos, lo que a mi vista los hacía todavía más bonitos. Me detuve un instante para contemplarlos. Sonia sollozaba, y tenía los ojos cubiertos de lágrimas, pero yo todavía no estaba satisfecho. Cogí una zapatilla y la hice estallar sonoramente sobre la palma de mi mano.

-Ummmm... creo que este culito está necesitando una zurra con la zapatilla, ¿no crees?

-Si papá.

-Te va a doler mucho más que los azotes con la mano. ¿Crees que lo soportarás?

-Si papá.

-¿De veras?

-Si papá... pero... pero antes quiero que me des un beso.

Cuando me acerqué para besarla, en lugar de la mejilla me ofreció sus tiernos labios. La besé suavemente y, aunque sus labios permanecieron cerrados, me parecieron la fruta más dulce que nunca había probado. Por unos instantes permanecí mirando sus ojos húmedos. Nuestros labios apenas se habían separado unos centímetros cuando Sonia volvió a acercar sus labios a los míos para besarme de nuevo, pero esta vez entreabrió los labios, permitiendo que mi boca saboreara en su plenitud el exquisito manjar de su boca. Fue el beso más hermoso que nunca nadie me había dado... un regalo de un ángel, o quizás de los mismos dioses.

Volví a coger la zapatilla, y de nuevo la hice sonar sobre la palma de mi mano.

-¿Estás dispuesta?

-Si papá.

De nuevo alcé la mano, esta vez armada con una zapatilla, y la dejé caer con fuerza sobre el inerme culito de la niña. Si cabe con más fuerza que antes... una y otra vez...

ZAS, AAAAAAAY... ZAAAAS, AAAAAAAAG... ZAAAAAS, AAAAAAAGG...

Perdí la cuenta de los azotes que le propiné, pero creo que estuve zurrándole más de media hora, sin que, a pesar de sus lamentos, mostrara la más mínima intención de rebeldía, y sin que ni siquiera intentara esquivar o protegerse de los golpes.

Dejé la zapatilla y empecé a acariciarle el maltrecho culito y la parte trasera e interior de los muslos. La niña seguía sollozando, y su respiración era entrecortada, pero su mirada no había perdido un ápice de dulzura, y diría que su actitud era incluso agradecida.

Seguí acariciándole el culo y las piernas, y como las tenía separadas, me fue fácil deslizarla la mano por el interior de sus muslos hasta alcanzar su rajita. Al notarlo separó todavía más las piernas para facilitarme la labor. Su impúber coñito estaba húmedo y poco a poco fui introduciendo un dedo en su vagina. Ahora no estaba seguro de si sus gemidos eran de dolor o de placer, pero por un buen rato permanecí masajeando el interior de su estrecha y hasta ahora inexplorada caverna. Luego retiré el dedo de su agujerito y jugueteé unos instantes con su clítoris.

Había dado por terminado el castigo, pero de nuevo me sorprendió con una pregunta que volvió a incendiar mi excitación.

-¿También vas a pegarme ahí?

Mi polla se puso dura como un palo, pero traté de controlarme.

-Bueno... quizás sea demasiado duro para una niña tan pequeña.

-¿Pero te gustaría?

No me atreví a contestarle. Tampoco hizo falta. Sin decir nada se dio la vuelta y separó las piernas tanto como pudo. Ahora su culo estaba encima del cojín, y su pelvis elevada, lo que hacía que su coñito se abriera tanto que podía ver su estrecha vagina, y su pequeño clítoris emergiendo, casi desafiante.

No pude resistirme al ofrecimiento, y le propiné unos diez azotes, no tan fuerte como antes, pero lo suficiente para que aullara con cada golpe.

Cuando terminé la besé de nuevo e intenté secar sus lágrimas.

-¿Te ha dolido mucho?

-Ufff, siii... los golpes en la rajita duelen de verdad.

-Lo siento mi amor... quizás he sido demasiado duro.

-¿Te gusta hacerme daño?

-Ummm... pueeess... si, me gusta mucho, respondí casi avergonzado.

-¿Te gusta verme llorar?

-Si... Te quiero muchísimo... eres mi princesa... pero, no se por qué, pero tengo que reconocer que me gusta.

Sonrió tiernamente, aún con lágrimas en los ojos y con sus mejillas empapadas. Estaba hermosísima.

-Me gusta que te guste, respondió apoyando su cabecita en mi pecho mientras yo le acariciaba el pelo.

Luego cogió mi mano y la volvió a poner sobre su coñito, mientras con gesto pícaro aseguraba.

-He sido una niña muy mala.

Esta vez no tuve compasión y los azotes fueron realmente fuertes.

PLAS, PLAS, PLAS, PLAS..... AAAAAY, AAAAAY, AAAAAAG, AAAAAAUG...

Después de 20 o 30 azotes la pobrecilla estaba completamente desmadejada, sumida en llanto y con la respiración entrecortada.

-Creo que por esta vez es suficiente, mi amor.

Asintió con la cabeza y se puso a horcajadas sobre mí, abrazándome con todas sus fuerzas. Mi polla estaba dura, y en esta posición presionaba fuertemente contra su vientre. A Sonia esto no solo no le disgustaba, sino que, por el contrario, parecía disfrutar rozando su pequeño coñito contra ella sin ningún pudor.

Cuando su llanto se fue calmando, acaricié su coñito con dos dedos mientras le susurraba al oído.

-¿Crees que cabrá dentro de tu rajita?

No respondió. Solo cogió mi polla con sus suaves manitas y la dirigió a la entrada de su cálida rajita. La sujeté por sus pequeñas caderas y presioné con fuerza.

-AAAAAAAAAAAH.

Después del agudo grito se quedó parada por unos instantes. Mi pene, de un tamaño normal, había entrado hasta el fondo. Lentamente comencé a moverme, primero con movimientos cortos, y luego más amplios. Sus gemidos se hicieron menos agudos, hasta que no pude distinguir si eran de dolor o de placer. Pero su agujerito era tan estrecho y cálido que no tardé en correrme e inundarla de semen.

Permanecimos inmóviles por un rato, sin retirar mi polla de su infantil vientre, hasta que se quedó completamente flácida. Luego, sin dejar de abrazarla, se quedó dormida sobre mi pecho.

Fue solo el principio. Siguieron otras muchas noches de dolor y placer. Pero eso... es otra historia...

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Anonymous

Excellent story. Full of tenderness and love.

atacorax

Me encantan tus historias. El tema de sumision voluntario de una pre adolecente de esta manera es sumamente exitante. Espero que desarollas mas el tema y nos cuentas como siguen algunos de las relaciones hasta 'mucho mas dolor y placer'.

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